Libro I. Capítulo III: Donde se prosigue lo que prometió el primero
Este tal rico de Campazas, hermano del gimnasiarca, se llamaba Antón Zotes, familia arraigada en Campos, pero extendida por todo el mundo, y tan fecundamente propagada, que no se hallará en todo el reino provincia, ciudad, villa, aldea ni aun alquería donde no hiervan Zotes, como garbanzos en olla de potaje. Era Antón Zotes, como ya se ha dicho, un labrador de una mediana pasada; hombre de machorra, cecina y pan mediado los días ordinarios, con cebolla o puerro por postre; vaca y chorizo los días de fiesta; su torrezno corriente por almuerzo y cena, aunque ésta tal vez era un salpicón de vaca; despensa, o aguapié, su bebida usual, menos cuando tenía en casa algún fraile, especialmente si era prelado, lector o algún gran supuesto en la orden, que entonces se sacaba a la mesa vino de Villamañán o del Páramo. El genio bondadoso en la corteza, pero en el fondo un si es no es suspicaz, envidioso, interesado y cuentero: en fin, legítimo bonus vir de Campis. Su estatura mediana, pero fornido y repolludo; cabeza grande y redonda, frente estrecha, ojos pequeños, desiguales y algo taimados; guedejas rabicortas, a la usanza del Páramo, y no consistoriales como las de los sexmeros del campo de Salamanca; pestorejo, se supone, a la jeronimiana, rechoncho, colorado y con pliegues. Éste era el hombre interior y exterior del tío Antón Zotes, el cual, aunque había llegado hasta el banco de abajo de medianos con ánimo de ordenarse, porque dicen que le venía una capellanía de sangre en muriendo un tío suyo, arcipreste de Villaornate; pero al fin le puso pleito una moza del lugar, y se vio precisado a ir por la iglesia, mas no al coro ni al altar, sino al santo matrimonio.
(De la obra 'Fray Gerundio de Campazas' de José Francisco de Isla, autor más conocido como El Padre Isla)