viernes, 21 de septiembre de 2012

Pablo Neruda: A Rafael Alberti (Puerro de Santa María, España) (*)


Rafael, antes de llegar a España me saliò al camino 
tu poesía, rosa literal, racimo biselado, 
y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo, 
sino luz olorosa, emanaciòn de un mundo.

A tu tierra reseca por la crueldad trajiste 
el rocío que el tiempo había olvidado, 
y España despertò contigo en la cintura, 
otra vez coronada de aljòfar matutino.

Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados 
por implacables ácidos, permanencias
en aguas desterradas, en silencios 
de donde las raíces amargas emergían 
como palos quemados en el bosque. 
Còmo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?

A tu país llegué como quien cae
a una luna de piedra, hallando en todas partes
águilas del erial, secas espinas,
pero tu voz allí, marinero, esperaba
para darme la bienvenida y la fragancia
del alhelí, la miel de los frutos marinos.

Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.

Los pinares del Sur, las razas de la uva 
dieron a tu diamante cortado sus resinas, 
y al tocar tan hermosa claridad, mucha sombra 
de la que tiraje al mundo, se deshizo.

Arquitectura hecha en la luz, como los pétalos, 
a través de tus versos de embriagador aroma 
yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria, 
y a ti más que a ninguno debo España. 
Con tus dedos toqué panal y páramo, 
conocí las orillas gastadas por el pueblo 
como por un océano, y las gradas 
en que la poesía fue estrellando 
toda su vestidura de zafiros.

Tú sabes que no enseña sino el hermano. Y en esa
hora no sòlo aquello me enseñaste,
no sòlo la apagada pompa de nuestra estirpe,
sino la rectitud de tu destino,
y cuando una vez más llegò la sangre a España
defendí el patrimonio del pueblo que era mío.

Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas. 
Yo quiero solamente estar contigo,
y hoy que te falta la mitad de la vida,
tu tierra, a la que tienes más derecho que un árbol,
hoy que de las desdichas de la patria no sòlo
el luto del que amamos, sino tu ausencia cubren
la herencia del olivo que devoran los lobos,
te quiero dar, ay!, si pudiera, hermano grande,
la estrellada alegría que tú me diste entonces.

Entre nosotros dos la poesía
se toca como piel celeste,
y contigo me gusta recoger un racimo,
este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.

La envidia que abre puertas en los seres
no pudo abrir tu puerta, ni la mía. Es hermoso
como cuando la còlera del viento
desencadena su vestido afuera
y están el pan, el vino y el fuego con nosotros
dejar que aúlle el vendedor de furia,
dejar que silbe el que pasò entre tus pies,
y levantar la copa llena de ámbar
con todo el rito de la transparencia.
Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?
Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.
Alguien quiere enterrarnos precipitadamente?
Está bien, pero tiene la obligaciòn del vuelo.

Vendrán, pero quién puede sacudir la cosecha 
que con la mano del otoño fue elevada 
hasta teñir el mundo con el temblor del vino?

Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado
de mi América húmeda y torrencial, a veces
pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,
y me rodea el odio, tal vez nada, el vacío
de un vacío, el crepúsculo
de un perro, de una rana,
y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,
y quiero irme a mi casa en que, yo sé, me esperas, 
sòlo para ser buenos como sòlo nosotros 
podemos serlo. No debemos nada.

Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera.

Volverás, volveremos. Quiero contigo un día 
en tus riberas ir embriagados de oro 
hacia tus puertos, puertos del Sur que entonces no alcancé.
Me mostrarás el mar donde sardinas
y aceitunas disputan las. arenas,
y aquellos campos con los toros de ojos verdes
que Villalòn (amigo que tampoco
me vino a ver, porque estaba enterrado)
tenía, y los toneles del jerez, catedrales
en cuyos corazones gongorinos
arde el topacio con pálido fuego.

Iremos, Rafael, adonde yace 
aquel que con sus manos y las tuyas 
la cintura de España sostenía.
El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú guardas, 
porque sòlo tu existencia lo defiende. 
Allí está Federico, pero hay muchos que, hundidos, enterados,
entre las cordilleras españolas, 
caídos 
injustamente, derramados, 
perdido cereal en las montañas, 
son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.

Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso. 
A nadie más que a ti te buscaron, querían 
devorarte los lobos, romper tu poderío. 
Cada uno quería ser gusano en tu muerte.

Pues bien, se equivocaron. Es tal vez la estructura 
de tu canciòn, intacta transparencia, 
armada decisiòn de tu dulzura,
dureza, fortaleza, delicada, 
la que salvò tu amor para la tierra.

Yo iré contigo para probar el agua 
del Genil, del dominio que me diste, 
a mirar en la plata que navega 
las efigies dormidas que fundaron 
las sílabas azules de tu canto.

Entraremos también en las herrerías; ahora 
el metal de los pueblos allí espera 
nacer en los cuchillos: pasaremos cantando 
junto a las redes rojas que mueve el firmamento. Cuchillos, 
redes, cantos borrarán los dolores. 
Tu pueblo llevará con las manos quemadas 
por la pòlvora, como laurel de las praderas, 
lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.

Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma 
de la patria que el pueblo reconquista con truenos, 
y no es un día solo el que elabora 
la miel perdida, la verdad del sueño, 
sino cada raíz que se hace canto 
hasta poblar el mundo con sus hojas. 
Tú estás allí, no hay nada que no mueva 
la luna diamantina que dejaste:

la soledad, el viento en los rincones, 
todo toca tu puro territorio, 
y los últimos muertos, los que caen 
en la prisiòn, leones fusilados, 
y los de las guerrillas, capitanes 
del corazòn, están humedeciendo 
tu propia investidura cristalina, 
tu propio corazòn con sus raíces..

Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que compartimos 
dolores que dejaron una herida radiante, 
el caballo de la guerra que con sus herraduras 
atropello la aldea destrozando los vidrios. 
Todo aquello naciò bajo la pòlvora, 
todo aquello te aguarda para elevar la espiga, 
y en ese nacimiento se envolverán de nuevo 
el humo y la ternura de aquellos duros días.

Ancha es la piel de España y en ella tu acicate 
vive como una espada de ilustre empuñadura, 
y no hay olvido, no hay invierno que te borre, 
hermano fulgurante, de los labios del pueblo. 
Así te hablo, olvidando tal vez una palabra, 
contestando al fin cartas que no recuerdas 
y que cuando los climas del Este me cubrieron 
como aroma escarlata, llegaron 
hasta mi soledad.
Que tu frente dorada 
encuentre en esta carta un día de otro tiempo, 
y otro tiempo de un día que vendrá.
Me despido 
hoy, 1948, dieciséis de diciembre,
en algún punto de América en que canto.
__________
(*) De la obra 'Canto general', capítulo 'Los ríos del canto'