martes, 23 de febrero de 2010

Oscar Oliva (*): Al volante de un automóvil, por la carretera panamericana de Tuxtla a Ciudad de México

De Tuxtla a Ciudad de México
hay más de 1.000 kilómetros de distancia
más de 1.000.000 de metros
más de 100.000.000 de centímetros

más las piedras
más los árboles

que no se pueden medir, ni contar,
que he recorrido tantas veces,
a tantos kilómetros por hora,
con mucho calor y viento por el Isttmo,
con lluvias torrenciales por el tramo de Veracruz,
que tratan de detener el carro, derribarlo en un barranco,
que he aprendido los nombres de los puentes,
de los axfisiados, hundidos
en las curvas y rectas de la carretera;
que he recorrido por dististos días y meses del año,
en la madrugada, en la noche, en el momento
en que cada tarde es una cigarra volviendo a su funda
primitiva, saltando al revés, a su condición de ninfa,
siente ese cansancio que nos prende la boca con un anzuelo,
que continúa en su hombro,
baja hasta el calcañar de los pies,
y escarba con una cuchara
el cráneo;
todavía siento, cuando voy caminando
de un lugar a otro, en esa trepidación de vida y muerte
a la que nos empuma la gramática o la cólera,
de regreso a casa, abriéndome paso
con un pico o una pala, o cuando
estoy sentado en una silla
o cuando acostado entre las piernas de la que amo,
ese cambio de velocidades, el esfierza del automóvil
al subirt una montaña, entrar a ese nudo de raíces,
el leve mareo al descender
y la velocidad que nos hace tragar el paisaje
o nuestras palabras;
la primera vez que llegué a la ciudad de México
no sabía a dónde dirigirme,
qué esquina cruzar,
era como comenzar un escrito,
estar acodado en una mesa frente a una hoja en blanco,
solo, con los hombros colgados hacia adelante
esperando el disparo que inicia el arranque,
la carrara que hay que ganar
y donde se es el único competidor,
una hoja que ardía en mis manos
como aa veces arden los tiraderos de basura de Santa Cruz Meyehualco
o como los camiones y traanvías en tiempos de rebelión,
que aullaba, que tenía hambre,
iba de un cuarto de azotea a la ciudad universitaria,
con libros bajo el brazo,
haciéndolos pedacitos y tirándolos
por la ventanilla del camión,
contaminando más la ciudad con Kant y Antonio Caso,
y ya sin ellos me bajaba en la mitad del camino,
entrada en una cocina econónima de las calle de Academia,
o a una cervecería
y en la noche a bailar a La Perla,
más tarde sentía la humedad de la muchacha
que se había acostado conmigo
una humedad que iba creciendo
como un universo en expansión
en unos cuantos metros cuadrados,
en unos cuantos metros cúbicos de aire;
y yo escribía en las bardas de la ciudad,
ampliaba el territorio, mi radio de acción,
entraba a calles espantosas
donde la gente se arrastraba,
desempleados que no tenían para comer,
rateros, tal vez criminales
que alargaban sus ojos hasta mi casa,

... (1)

en la mansión de Lo que el Viento se llevó,
ya es tarde, ya es tarde, nos decía la claridad,
se hacía la luz en la sala de cine,
había que ir a cenar y atravesar de nuevo el zócalo,
despedir a la amiga en la puerta de su casa,
después subir a la calle de Guatemala,
a dos cuadras dar vuelta a la derecha,
llegar de nuevo al poema recién comenzado,
entrar de nuevo a la expedición del sueño,
ir recogiendo muestras de distintos materiales,
para bajar de nuevo a la calle
al escuchar el ruido de los camiones
de carga y descarga, las voces de los vendedores ambulantes,
de los recogedores de basura,
de los niños que van a la escuela,
subir a un camión de pasajeros
junto a obreros y obreras,
el chofer lleva el radio encendido a todo volumen,
es difícil de llegar hasta la puerta de bajada del camión,
se toca el timbre, se prende un foco rojo al lado del volante,
caminar sin rumbo fijo por la estación de San Lázaro,
ver pasar un tren
que a la tierra arrancara su estructura
en seis de sus vagones una letra
que conforman la palabra H U E L G A
esos materiales que llevo en los bolsillos
los comparo con los que voy viendo en la calle,
llego hasta un puesto de jugos y pido uno de naranja,
los ferrocarrileros al pasar levantan el puño y saludan,
yo los saludo
parecen decirnos
la realidad son estos puños,
este tren,
el jugo de naranja ilumina todo mi cuerpo,
llego al sitio de reunión,
los cinco poetas están sentados alrededor de una mesa
alguien lee un poema, yo los observo
"tienen la edad que yo tenía cuando los conocí", pienso
se ha quedado inmóviles fijos como en una fotografía
en actitud de golpear la mesa,
con el lápiz en las manos,
con una copa al lado de cada uno,
tienen la edad de nuestros hijos,
edad que ha pasado vertiginosamente,
tal como el descenso por las montañas de Oaxaca,
donde parece que la carretera engendra otra carretera,
donde el menor descuido puede llevarte al precipicio,
donde parece que los frenos no responden,
se ha perdido el control del auto,
llego hasta la fotografía y la cuelgo en una de las paredes de mi casa,
llego por primera vez a la ciudad de México,
soy un hombro más de la mulitud al dar un paso,
gases lacrimógenos me hacen rabiar,
trenes descarrilados o incendiados en las terminales,
las vías levantadas, y el ataque
del ejército, policías y granaderos
en formación a paso de batalla,
el zócalo reducido a un culatazo en la frente,
vendrán otras batallas, nos decía José Revueltas,
los ferrocarrileros pasan frente a mi levantal el piño y saludan,
salen de una cárcel para entrar en otra,
pasan a la ilegalidad, a sus escondrijos,
tomo nota, apunto todo esto,
no soy mas que un cronista,
que ha visto caer a sus amigkos,
que ha enterrado a sus muertos,
que se ha bañado de viento,
lleno de contradicciones y fantasmas,
de asperezas y afirmaciones,
con la espalda remendada tantas veces,
de nuevo amando, avizorando el futuro
que estan difícil retener en la frente del telescopio,
negando ese futuro, de nuevo odiando,
de nuevo comenzando, en fin
iniciando el viaje partiendo del mismo lugar,
dirigiéndome al mismo lugar,
descendiendo por la carretera, frenando,
tocando el claxon, haciendo cambio de luces,
cambiando de velocidades, atento
al deslizamiento de las llantas, poniendo
en acción los limpadores del parabrisas,
vigilando la aguja que marca el contenido del tanque de gasolina,
bajando a gran velocidad, en fin
hasta llegar al lugar donde estoy sentado escribiendo,
al final de todo,
esperanzado,
frenando bruscamente
para no atropellar todo lo que llevo escrito
y a mi mismo.
Para continuar ascendiendo y descendiando.

_______________
(*) Poeta mexicano

(1) Los puntos indican que se corta el poema ahí, pues en la revista la página siguiente está en blanco
__________
Poesía Libre. Revista de Poesía. Ministerio de Cultura, Managua (Nicaragua) Año V. Número 15, diciembre de 1985.

Responsable: Julio Valle-Castillo

Consejo Editorial:
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