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viernes, 5 de septiembre de 2008

Antonio Fernández, muebles de jara

Fuimos a ver una exposición de muebles. Artesanos.

El que exponía era el artesano Antonio Fernández. Aficionado. Que todo hay que decirlo para que se entienda bien. Aficionado en sus ratos libres. Muchos. Suponemos. Porque está jubilado.


Habrá... no, habrá no, hay muchos aficionados a la artesanía.

Hay que decir que, en Antonio, estos muebles, han brotado de sus manos por desafío. Le decían, todos, que con eso, con la jara, no se hacía nada más que cisco. Era difícil de trabajarla. Dura como la roca. Rompe hasta las herramientas. Pesada...

Pesada si, es cierto, es pesada la jara. Lo pudimos comprobar levantando alguno de los muebles.

Ante ese reto comenzó haciendo una trona. A ver que pasaba. Una trona, ya lo sabéis, seguro, aunque nosotros no lo sabíamos, es una sillita alta de niño. Resultó. ¡Vaya si resultó! Le sirvió a sus nietos. Ahí estaba. Como nueva.

Luego, Antonio Fernández se atrevió a construir una cómoda, un arcón o baúl, una lámpara, una mesilla, un costurero, una mesa de salón, una mesilla, un botellero, marcos para cuadros... una especie de biombo aun sin terminar... no muchos, la verdad, pero exquisitos.

Una muestra de las posibilidades, una sola, que puede dar esa madera llamada de jara la fuimos a ver en Las Navas del Marqués.

Y Las Navas del Marqués es tierra de jarales. Un poeta navero, Urbano Blanco Cea, tituló su último libro de poemas 'El Alijar, jara en flor'.

Y en Las Navas ha expuesto este artista. En Los Toriles. Un espacio de exposiciones del ayuntamiento de esta localidad abulense.

Le preguntamos por el proceso que desemboca en esos hermosos muebles. Nos llevó a un rincón donde tenía, arrimados a la pared, varios palos de jara: un palo con hojas verdes, sin hojas pero verde, uno seco si pulir y otro mondo y lirondo.

El obstáculo principal para trabajar la jara es, que al ser un arbusto, su desarrollo es limitado, tanto en altura como en grosor. No es fácil encontrar palos largos o gruesos. La búsqueda es laboriosa, invirtiendo mucho tiempo y paciencia. El ramaje tampoco es recto generalmente. Y no admite enderezamiento. Vuelve siempre a la curva que tenía.

-De modo que con esas características, inherentes a la madera, tienes que trabajar. No hay más remedio.

Para construir la lámpara de pie, por ejemplo, tuvo que unir varios trozos. Por lo que la exposición tiene un valor adicional innegable.

Ahora, Antonio Fernández quiere dar un salto: las ramas retorcidas de la jara podrían dar muchas posibilidades a la imaginación creadora, a la fantasía. Y teniendo en cuenta esta muestra de muebles se abre un potencial de esperanzas.

Fuimos a ver una exposición de muebles y salimos convencidos de que estábamos ante un artista. El tiempo lo dirá.

De momento, la artesanía es ya un grado. Elevado. Enhorabuena Antonio Fernández.

domingo, 7 de enero de 2007

Joaquín Lledó: BEBELA, UN JARDÍN EN LAS NAVAS

BEBELA, UN JARDÍN EN LAS NAVAS

Por Joaquín Lledó (1)

Lugar de muchas delicias. Así es el jardín de Isabel *. Huerto cerrado al mundo y a sus prisas. Entre la estación * del ir y venir y eso lago * en el que las noches oscuras se reflejan las diminutas estrellas, morada en la pendiente de la nava. Cuenco en el que se vara el rumor de Heráclito, aquello de que todo fluye, de que todo pasa. Ladera que quizás sube o que quizás baja.


Muy probablemente el jardín de Isabel no sea sino la piel de una divinidad despellejada por haber querido seducir a la bella con esa sinfonía en la que se armonizan vientos y brisas, el rumor de los pájaros y las lujuriosas vibraciones de los insectos. Una piel que guarda lo rudo y áspero del velludo sátiro y lo suave y perfumada del cutis de la ninfa. Lugar en el que el infierno cede y deja renacer la belleza.


Pero en cualquier caso, los árboles que con tanto esmero plantó Antonio, en este lugar guardián de los misterios, señalan al cielo como punteros de maestra. Y el sol, mientras surca su mar azul, crea con ellos, sobre la verde pendiente, encaje de sombras. ¿Qué secreto esconde el texto que trazan entre los laureles los oscuros renglones? ¿Qué confidencias deposita el cálido astro sobre el húmedo musgo de la libertaria abadesa? ¿A qué tesoros los brillos que recorren, temblorosos como caricias, su verdor, su esmeralda? Muchas son las almas que se venderían por obtener la respuesta.


En cualquier caso aquí es donde Isabel cose y canta esas cosas del amor del que ella es doctora. Es aquí donde lee los versos que le dedican los poetas. Donde medita esa sinrazón que es razón de todas las razones. ¿Cómo puede el corazón amar tanto y a tanta cosa? La respuesta sólo la tiene ella, que oficiaba de sacerdotisa del amor en aquellas tertulias de la Manuela, ante aquellos devotos que hoy parecen haber olvidado sus enseñanzas. Aunque quizás no. Quizás lo que ella enseñaba, aunque no pueda ser conocido, ni domesticado ni sabido, tampoco pueda ser olvidado. Quizás, porque cosa rara es el amor, lo que ocurra simplemente es que el pensamiento, que por él se agita, no consiga darle forma que perdure.


Lo que ella enseña, o, mejor dicho, lo que su existir desvela a aquellos que hemos tenido la suerte de compartir con ella algunos instantes, sin duda se refleja en los libros que ha ido escribiendo, en su actividad docente. Sin embargo, hay en el fervor con el que ella se ha entregado al estudio del libertario amor algo que muy probablemente nunca puede llegar a ser plenamente revelado. Algo cuya esencia sea, y no pueda dejar de ser, sino recatado secreto. Pero, pese a ello, sin ninguna duda existe una ínsula gobernada por el amor de la que Isabel es abadesa. Y muy probablemente este jardín no sea, en definitiva, sino el mapa que hacia ella conduce.


Al menos, aquellos que más o menos somos, cuando nos sentimos como llevados, arrasados, embelesados, en Bebela pensamos. Pero lo curioso es que, siendo lugar al que nos lleva el amor, que es siempre empresa joven, también cuando nos sentimos viejos, cansados, ahítos, acabados, recordar el jardín de Isabel, tan hermoso ahora, cuando se anuncia el verano, trae a estos corazones que laten entre aquí y allá un muy dulce sosiego. Ello no es raro, pues jardín de abadesa libertaria, que cuida con esmero el hermano Antonio, en este lugar guardián de los misterios. Como San Fiacre, jardinero.


(1) Joaquín Lledó, escritor y cineasta, redactor jefe de la revista Album Letras-Artes
(*) Isabel Escudero Ríos
(*) Barrio residencial de la Estación, en Las Navas del Marqués.
(*) Lago que está en la Ciudad Ducal, otro barrio residencial cercano al anterior (de mayor lujo) de Las Navas del Marqués.

TEXTO QUE APARECE EN LAS PÁGINAS 43 y 44 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO', Nº 9