“Caminar conociendo” empezó sus reseñas declarando que, principal y casi exclusivamente, las haría de libros escritos por amigos; o de aquellos que, no siendo amigos, la tomaran en serio y se los enviaran. Era un punto de vista radicalmente subjetivo, sectarísimo. Pero, ahora, este que escribe, El Sectario, ha tomado por suyo ese punto de vista, recordando que ya Pepe Bergamín –quizás el mayor escritor español contemporáneo- lo justificó diciendo que él no podía ser objetivo porque no era objeto... pues eso.
El Sectario anuncia que las reseñas serán –ya lo siente- algo cortas porque no tiene tiempo en detenerse en detalles que, por otra parte, no serían importantes mas que para él.
o
LA MIRADA Y LAS TÁMARAS
Un día, estando el Sectario en la biblioteca, Urbano Blanco Cea “Tito” –navero que escribe muy bien- le presentó, en verano, a un joven rubio nacido en Canarias; se llamaba Alejandro Krawietz. Estuvo un rato hablando con él. Le pareció un tipo muy interesante. Dijo escribir habitualmente en revistas literarias. Y, para demostrarlo, de un estante de la biblioteca, Pública Municipal por cierto, cogió varios números de la revista Quimera y le mostró tres artículos de él: uno referente al poeta Ángel Crespo; otro sobre el poeta canario Sánchez Robayna -que el Sectario confundió con un nicaragüense- y un tercero acerca del escritor brasileño Guimaraes Rosa, del que, el Sectario, había leído hace bastante tiempo una larga entrevista que le hizo Konrad Lorenz. Al día siguiente el Sr. Krawietz le llevó un librito “La mirada y las támaras” escrito por él mismo. Reconoce este sectarísimo reseñador que tuvo que consultar al diccionario para averiguar qué era eso de “las támaras”. Cuando leyó que eran racimos de dátiles, no le extrañó en absoluto. Abierto el libro comenzó a leerlo y se inundó de luz y de calor, de dátiles de su infancia, de miradas al “agua clara de los aljibes”, a “los platanales incendiados” “bajo los palios de las támaras”... Decimos de “su infancia” porque sintió la luz que emitía el libro de la infancia, el calor que abrasaba sus pies primeros, y se vio “aupado a las falúas”, o “huir del sol asfixiante” para refugiarse “bajo los tarajales”... Aunque, evidentemente, era la vida de Alejandro Krawietz y no la suya, que él no había estado nunca en Canarias; mas era tal la maestría con que estaba escrito que se sintió secuestrado y trasladado al borde del mar y del Teide “cadáver arrasado de rocas, simas, rajas”. Un libro, sin duda, que dará otros racimos tan incendiados como estos poemas. Escritos en prosa pero poemas clarísimos; tendría que decir que le suenan un poco americanos, quizá a Neruda... pero esto no se lo preguntó; aunque sabe que Canarias es un poco latinoamericana.
A este servidor le parece que hay que decir, y lo dice, que no es un libro reciente sino de 1996; que está editado en Tenerife por PARADISO / EDICIONES. Y que no tiene tiempo para poner el por qué... pero cree que está ante un gran poeta... si sigue escribiendo, claro.
DE LAS PAGINAS 45, 46, y 47 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' NUMERO 9
El Sectario anuncia que las reseñas serán –ya lo siente- algo cortas porque no tiene tiempo en detenerse en detalles que, por otra parte, no serían importantes mas que para él.
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LA MIRADA Y LAS TÁMARAS
Un día, estando el Sectario en la biblioteca, Urbano Blanco Cea “Tito” –navero que escribe muy bien- le presentó, en verano, a un joven rubio nacido en Canarias; se llamaba Alejandro Krawietz. Estuvo un rato hablando con él. Le pareció un tipo muy interesante. Dijo escribir habitualmente en revistas literarias. Y, para demostrarlo, de un estante de la biblioteca, Pública Municipal por cierto, cogió varios números de la revista Quimera y le mostró tres artículos de él: uno referente al poeta Ángel Crespo; otro sobre el poeta canario Sánchez Robayna -que el Sectario confundió con un nicaragüense- y un tercero acerca del escritor brasileño Guimaraes Rosa, del que, el Sectario, había leído hace bastante tiempo una larga entrevista que le hizo Konrad Lorenz. Al día siguiente el Sr. Krawietz le llevó un librito “La mirada y las támaras” escrito por él mismo. Reconoce este sectarísimo reseñador que tuvo que consultar al diccionario para averiguar qué era eso de “las támaras”. Cuando leyó que eran racimos de dátiles, no le extrañó en absoluto. Abierto el libro comenzó a leerlo y se inundó de luz y de calor, de dátiles de su infancia, de miradas al “agua clara de los aljibes”, a “los platanales incendiados” “bajo los palios de las támaras”... Decimos de “su infancia” porque sintió la luz que emitía el libro de la infancia, el calor que abrasaba sus pies primeros, y se vio “aupado a las falúas”, o “huir del sol asfixiante” para refugiarse “bajo los tarajales”... Aunque, evidentemente, era la vida de Alejandro Krawietz y no la suya, que él no había estado nunca en Canarias; mas era tal la maestría con que estaba escrito que se sintió secuestrado y trasladado al borde del mar y del Teide “cadáver arrasado de rocas, simas, rajas”. Un libro, sin duda, que dará otros racimos tan incendiados como estos poemas. Escritos en prosa pero poemas clarísimos; tendría que decir que le suenan un poco americanos, quizá a Neruda... pero esto no se lo preguntó; aunque sabe que Canarias es un poco latinoamericana.
A este servidor le parece que hay que decir, y lo dice, que no es un libro reciente sino de 1996; que está editado en Tenerife por PARADISO / EDICIONES. Y que no tiene tiempo para poner el por qué... pero cree que está ante un gran poeta... si sigue escribiendo, claro.
DE LAS PAGINAS 45, 46, y 47 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO' NUMERO 9
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