martes, 10 de mayo de 2011

Romelia Alarcón Folgar (1): Epístola irreverente a Jesucristo (*)


I
Cristo,
bájate ya de tu cruz y lávate las manos,
lava tus rodillas y tu costado,
peina tus cabellos,
calza tus sandalias 
y confunde tus pasos 
con todos los pasos que te buscan 
por la cordilleras y el mar;
por las comarcas; 
por el aire, 
por las alambradas de los caminos.


Tú solucionas cualquier cosa,
para Ti todo es fácil 
y entonces ¿qué esperas?
¿Por qué no bajas de tu cruz ahora mismo?,
sin parábolas, con balas 
y sueltos arrecifes vengativos 
en las manos...


Y se llenen los pueblos de hombres liberados 
y sol de mediodía,
huertos, palomas y rosas 
de corolas intactas 
y clarines anuncien 
pacíficas mañanas.


Cristo,
baja ya de tu cruz
donde millares de hombres contigo 
están crucificaos:
lava tus manos y sus manos, 
tus rodillas y sus rodillas,
tu costado y el costado de ellos;
lava tu frente y la frente de ellos 
coronada de espinas.


Que no prosiga tu martirio inmóvil:
muestra tu ira,
baja ya de cruz,
mézclate con los hombres que te aman.


II
Caes como la aurora con sonidos silvestres
sobre todas las cosas.
Tu litoral de estrellas con millares de ojos.
Tu gran rostro de bruces en el aire.
Sobre tu pecho mar adentro.
Doble ruta de góndolas y barcas.


Tus barbas se avecinan incendiando las zarzas;
sopla tu aliento doblando las montañas.


Tu eres poderoso, tus manos de remotas edades
calcinaron sodomas,
rompieron amarras de lluvia
y hombres de sal petrificados.


¿Acaso ignoras, Jesucristo, que ahora
anda suelto tu enemigo el demonio?
Los huesos de los hombres aullando
rondan fosas abiertas.
Los hombres clavan féretros.
¡Carpintero...!
desde tu claridad todos los árboles
tienen la medida de un cajón de muerto.


Ya no mas la inocencia del átomo,
la dulzura del viento,
el corazón azul del agua
y arpas asumiendo tu presencia.


Manos se levantan clamando
cercadas de buitres.
Bocas sin futuro te nombran.
Desciendes de tu sitial celeste
prisionero del cielo,
camina por el barro de la tierra.


Quizás,
en la última cena del mundo
Judas te bese en la mejilla.


III
Alto silencio de amatistas,
encontrada estatura cotidiana.
Tu corona de espinas, la lanza de Longinos
sin diámetro, ni pausa,
en la corriente humana repetidas.


En el orden del día,
solo corazones ahorcados en las ramas,
el grito de ciudades fusiladas
y el sudor de las caras sin verónicas
y Tú pulsando arpas,
sin uso para oídos terrenales.


La luz cuelga de tus vestidos,
por tu piel baja el día
el trigo crece por tus huellas.


Es tan sencillo acomodar el gozo en los graneros:
abarrotar los frutos clamorosos,
poner alto a las manos cercenadas,
a las abejas negras de la muerte.


Al menos,
deja que los niños te rodeen
invadiendo secretas alambradas
y mujeres
con los ojos picados por las lágrimas
puedan tocar tu traje.


Caigan tus palabras -rocío-
en los parques y campos;
perpetua el Sermón de la Montaña
en la plaza sembrada de puñales.


Silencia el coro de los santos,
manda callar los pájaros
para escuchar el llanto de los hombres;
los huesos que te nombran
quebrados en el polvo;
recorre como Dante
los infiernos del hombre.


Haz un milagro rápido en el nombre del Padre,
ratifica que existes
con un nuevo Domingo de Resurrección. 
___________
(*) (De la antología 'POESÍA REVOLUCIONARIA GUATEMALTECA. de Mª Luisa Rodríguez. Edita: Zero, S.A. Madrid, octubre 1969)

lunes, 2 de mayo de 2011

Werner Ovalle López (*): Trozo de 'El canto vivo' (1)

Mientras tanto allá lejos, después de las ciudades,
entre un bosque de sueños y una clara esperanza,
hace su hogar el luto, el llanto desmedido,
la miseria enturbiada, la soledad, el hambre.


Que lloran, que se olvidan los niños desnutridos,
las  viudas extrañadas entre deuda y derrota,
los perros que no entienden ya el amargo ladrido.


Mueren los diarios peones. Llega el patrón flemático,
regala un mes de sueldo, no ríe diez minutos,
suelta una frase hipócrita, coloca un nuevo número,
se despide. Y olvida. Y sonríe diez años.

__________
(*) http://www.literaturaguatemalteca.org/Ovalle.html
(1) De la antología 'Corona de la Vida', 1962


(Del libro 'POESÍA REVOLUCIONARIA GUATEMALTECA. de Mª Luisa Rodríguez. Edita: Zero, S.A. Madrid, octubre 1969)




viernes, 8 de abril de 2011

Codorniz en zapato de satén rosa


Erase una vez una madre que vivía con su hija, a la que denominaban Caperucita, a las afueras de una ciudad. Su casa era una cueva excabada en la roca. Allí la necesidad tenía su asiento en amplio y cómodo diván. Ambas trataban de que, tanta necesidad, no les ahogara, haciendo lo humanamente posible. Mientras la madre trabajaba en un pequeño huerto, la niña cazaba o rebuscaba en el basurero. Un día que el hambre les agujereaba las tripas como un berbiquí, la madre le dijo a Caperucita:

-Toma este zurrón, mete en él la codorniz que cazaste en los pliegues de la ladera y el zapato de satén rosa que hallaste en el basurero y vete hasta donde encuentres al primer lobo armado, rubio o negro, e intenta vendérselos. A ver cuánto te da por ello.

-Si, mamá

-Y no te dejes robar por el camino nada de lo que llevas.

-Si, mamá.

-¡Ah!, ten mucho cuidado con... Pero esto te lo diré al oído porque hasta las pareden oyen y pueden hablar...

-Si mamá, tendré cuidado -contestó la niña tras escuchar lo que la madre le dijo al oído.

Y hacia su destino partió la niña con su zurrón al hombro. Ojos negros, pelo azabache, manos sucias y la sonrisa limpia inundada de luz.

Por el camino tuvo que sortear riachuelos de aguas malolientes, o camiones y tanques destruidos que aun humeaban.

Luego de un tramo de arenales donde se hundían sus pies descalzos (una extensión de terreno mullido para la planta de sus pies) enseguida venía un desierto de pedregales donde escorpiones y víboras se apartaban para dejarle paso saludándola:

-Hola Caperucita, ¿dónde vas?

-Hola escorpión. Voy en busca del lobo armado, rubio o negro, para venderle una codorniz y un zapato de satén rosa.

-Albricias Caperucita, ¿qué tal está tu madre?

-Hola viborita. Mi madre está bien. Y tus hijos, ¿qué tal se encuentran?

-Bien, bien, Caperucita. Que Alá te proteja y que te vaya bien. Y ten cuidado con esos lobos rubios o negros.

-Lo tendré. Hasta la vuelta, amigos.

Y continuó su andadura. 

Trastumbar una cuesta se vio la ciudad: los primeros barrios de la ciudad. Caperucita caminó y caminó hasta que, cerca de un cruce de carreteras y caminos, se paró y colocó el zurrón en el suelo. Por allí solían pasar esos lobos, rubios o negros, montados en sus carros, armados hasta los dientes. Echaban pie a tierra colocándose a distancia unos de otros. Siempre estaban muy quietos y vigilantes atisbando a derecha e izquierda. A veces, entraban entre las calles y callejuelas que se abrían a izquierda y derecha. Llamaban a las puertas de las casas, cuyos habitantes les franqueaban la entraba temerosos.

Pero, por lo que vio, en ese momento no había nadie.

Un gallo cantó tras la pared de una casa. Unos chiquillos, desnudos de cintura para abajo, salieron por la ventana de una vivienda y se pusieron a jugar con cantos y ladrillos rotos construyendo recintos de donde salían y entraban saludándose como adultos. Ella se sentó en el suelo. El día era soleado. El cielo, sucio de polvo y la tierra cubierta con una capa de fino polvo arenoso. Sacó el zapato de satén rosa y la codorniz, a la que acarició con su mano sucia. La codorniz emprendió un vuelo alrededor de su cabeza y se posó en su hombro, y en su pelo, y en su mano y picoteaba sus labios haciéndole cosquillas. Y se rió.

-No seas mala -le decía a la codorniz.

Todo esto llamó la atención de los niños que jugaban por allí y quienes, curiosos y atrevidos, se le acercaron:

-Hola -saludaron.

-Hola -contestó Caperucita.

-¿Qué es ese pájaro?

-Una codorniz. La he cazado en las laderas de cerca de mi casa y la he adiestrado.

-¿Como se llama?

-Libia.

-Hola, Libia -decían los niños y le arrimaban el dedo a su pico.

Caperucita le silbó algo a Libia y comenzó a volar de niño en niño posándose en la cabeza de ellos. Se lo estuvieron pasando muy bien.

Pero de repente se oyó un ruido de vehículos que venían a toda velocidad y levantaron una gran polvareda. Cuando la nube de polvo se fue aposentando en el suelo y el aire aclarándose poco a poco, vio la niña, al fondo de la carretera, varios vehículos de los que bajaban esos lobos rubios o negros y se colocaban unos en el centro de la carretera, otros en las aceras y un lobo, que era negro, se fue a poner cerca de las casas donde jugaron los niños. Por cierto, que nada más oirse el ruido de los coches los niños, espantados, huyeron de Caperucita dejándola sola. Miró y remiró... pero nada... no se les veía por parte alguna. Por buracos y ventanucos, eso si, se adivinaban ojos acechando lo que hacían los lobos rubios o negros.

Caperucita limpió con la falda de su vestido el zapato de satén rosa, ya que se había cubierto de polvo, hasta hacerlo brillar, lo que llamó la atención del lobo negro que estaba colocado, como se ha dicho, cerca de las casas donde antes jugaban los niños. El lobo se quedó prendido del brillo del zapato y de las piernas blancas de la niña.

El lobo se fue acercando. Y la niña acortó distancia yendo hacia él,

-Señor, señor, ¿quiere una codorniz? -y se la ofrecía dentro del zapato de satén rosa- Barato, señor. Mire, es una codorniz adiestrada -y al un silbido se posó en el casco del lobo negro.

-Te compro... solo la codorniz.

-No, señor. Tiene que ir metida en el zapato. Se ha acostumbrado a él. Allí anidará y tendrá sus hijitos.

-No lo quiero. El zapato está sucio. No lo quiero.

-¿Sucio? Si brilla señor...

-Si no lo limpias... no te compro zapato ni codorniz. ¡Límpialo!

-Bueno, señor -y la niña se arremangó la falda para limpiar el zapato dejando asomar sus piernas, blancas como la nieve. 

-Tienes las manos llenas de cascarrias. Sucias. Mira te las puedes lavar... ¿Ves?... Mira... En aquella casa te las lavarán... -y apuntaba una casa cualquiera- Vamos.

-No tengo tiempo, señor. Me tengo que ir.

-Bueno, te compro las dos cosas. Pero ven conmigo. Allí -y señalaba cerca de uno de los vehículos un macuto- Allí tengo el dinero.

-No quiero dinero. Quiero comida.

-Vale, te daré comida, pero antes tienes que quitarle esa suciedad que tiene el zapato. 

-¿Suciedad? ¿Cual suciedad?

-La que tiene cerca de la puntera.

-No la veo señor, pero... -pero no obstante se volvió a subir la falda y retornó a limpiar el zapato de satén rosa. La falda subida dejaba entrever las piernas, blancas como la nieve, de la niña.

El lobo le dio una chocolatina. Y le prometió más si se lavaba las manos. Indicándole una calleja para  lavarse. La niña le dió la codorniz en el zapato de satén rosa. 

-Son suyos, señor.

Y Caperucita se iba alejando del lobo.

-Espera, espera. Ten otras dos chocolatinas. Y termina de limpiar el zapato.

La niña se subió la falda una vez más y comenzó a frotar el zapatito de satén rosa. Las piernas aparecieron de nuevo, blancas como la nieve, a los ojos del lobo. Después de frotar con fuerza el zapato se lo acercó a los ojos subiendo tanto la falda que dejó al descubierto, no solo las piernas, blancas como la nieve, sino la entrepìerna desnuda de la niña. 

El lobo negro, que tenía la codorniz en la mano enguantada, la apretó, instintivamente, espachurrando a la codorniz, quien murió emitiendo un silbido de dolor. La niña miró a la codorniz y al ver aquella masa sanguinolenta dejó, espantada, el zapato en el suelo y echando a correr, desaparecio entre las calles y callejas cercanas del barrio. 

Mientras, el lobo, enfurecido, viendo el zapato de satén rosa en el suelo, lo aplastó con la bota. Y al golpearlo explotó su carga dándole de lleno en piernas y órganos genitales. Mientras caía el lobo negro, acribillaba de balazos, con rabia, las paredes del barrio.


jueves, 3 de febrero de 2011

Michael Simic: Senos (*)



.
Me gustan los senos prietos
los pechos rebosantes
protegidos por un capullo.
.
Surgen tentadores en la noche.
Los bestiarios de los antiguos
que incorporan al unicornio
los han querido dejado fuera.
.
Espermático, como el levante
hora antes de que se alce el sol,
dos asadores para la magnífica
piedra filosofal
por lo que vale la pena enojarse.
.
Sobrellevan en sus pezones
notas de jadeos inaudibles,
vocales de gozosa claridad
para el corto colegio rojo de nuestras bocas.
.
En otro ámbito, la soledad
hace otra entrada siniestra
en su libro mayor, la miseria
pide fiada otra taza de arroz.
.
Se acercan: presencia
animal. En el granero
la leche tiembla en el cubo.
.
Me deleita encaminarme a ellos
desde abajo, como un rapaz
que se encarama a una silla
para lograr el fruto prohibido del recipiente.
.
Suavemente, con mi boca,
ir soltando la botonadura.
Hacer que se escurran en mis manos
como dos vasos de cerveza recién vertida.
.
Escupo sobre los cretinos que no han metido 
los senos en su metafísica,
sobre los astrónomos que no los han contado
entre las lunas de la tierra...
.
Proporcionan a cada dedo
su real forma, su alegría:
jabón angelical, espuma
en que nuestras manos se lavan.
.
Y cómo dignifica la lengua
a estos dos panecillos agrios,
pues la lengua es una pluma
sumergida en yema de huevo.
.
Yo insisto en que una doncella
desnuda hasta la cintura
es el primero y último prodigio,
.
que el antiguo portero en su lecho de muerte
que solicitó ver los senos de su desposada
para una ultima ocasión
es el más grande poeta que ha existido.
.
Oh, mis queridas, mis pensativas gaitas.
Fíjense, todas dormitan en el universo.
.
Ahora, en la inmovilidad absoluta
del tiempo, aproximando la cintura
de mi amada hacia la de un servidor
.
derramaré cada seno
como una torpe y negra uva
adentro del panal
de mis adormecidos labios.


__________
(*) Versión libre del poema: Iswe Letu

jueves, 30 de diciembre de 2010

Kenneth M. Stampp: Impugnando una leyenda del Viejo Sur de USA (*)


A finales de cada década, los encargados del censo federal reunían una serie de hechos y ejemplos que venían a impugnar la leyenda de las plantaciones del Viejo Sur. Los datos recogidos mostraban que el Sur no era simplemente -ni siquiera de modo fundamental- una tierra de plantadores, esclavos y 'blancos pobres' rebajados. Juntos, estos tres grupos sumaban menos de la mitad de la población total del Sur. La mayor parte de los restantes sureños (y el mayor grupo aislado) eran modestos granjeros independientes de distinto grado de fortuna. Si hubo algo así como un arquetipo de sureño antes del conflicto (1), este pertenecía a la clase de pequeños hacendados que cultivaban sus propias tierras, generalmente sin otra ayuda que la de sus mujeres e hijos. Podía haber dedicado unos pocos acres a cualquiera de los productos básicos que le hubiera reportado una ganancia efectiva,  pero prefería, no obstante, consagrar la mayor parte de su tierra y de su tiempo  a producir medios de subsistencia para su propia familia. Otros grupos menos destacados de sureños eran los que incluían hombres de negocios, profesionales (profesiones liberales), artesanos especializados, administradores, colonos y trabajadores no especializados del campo y de la ciudad.

El Sur de 1860 era aun abrumadoramente agrícola. Cinco de los estados sureños -Carolina del Norte, Florida, Mississippi, Arkansas y Texas- no tenían una sola población que alcanzara los 10.000 habitantes. Nueva Orleans era la única urbe norteamericana verdaderamente sureña. La institución peculiar(2) era así parte de una civilización de tipo agrario.

Si el dominio directo sobre la propiedad de esclavos hubiera sido el único modo de que los sureños hubieran llegado a verse personalmente implicados en el sistema de la esclavitud, un relativamente escaso número de ellos se hubiera interesado por su mantenimiento. En 1860, existían en el Sur 385.000 propietarios  distribuidos entre 1.516.000 familias libres (3).  Casi una tres cuartas partes de los sureños libres no tenían relación alguna con la esclavitud ni por vínculos familiares o dominio directo. El sureño 'típico' no era solo un pequeño granjero sino también un no-propietario (de esclavos).

La proporción de familias poseedoras y no poseedoras de esclavos variaba considerablemente según las distintas regiones del Sur. En Carolina del Sur y en Mississippi, la mitad la formaban las familias de propietarios; en Georgia eran dos quintas partes; en Alabama, Luisiana y Florida, un tercio; en Virginia, Carolina del Norte, Kentucky, Tennessee y Texas un cuarto; en Maryland y Misouri, un octavo; en Arkansas, un quinto y en Delaware, una décimotercera parte. Estas mismas variaciones sorprendentes se daban regionalmente dentro de cada uno de los Estados.

Si para figurar en la clase de los plantadores se exigía al menos ser propietario de veinte esclavos, el propietario 'típico' de 1860 no pertenecía a ella, pues el 88% de los propietarios no llegaba a esa cifra, el 72% no llegaba a los diez y casi el 50% tenía menos de cinco. No solo el propietario de esclavos 'típico' no era plantador, sino que el plantador 'típico'  trabajaba con un reducido grupo de veinte a cincuenta esclavos. La aristocracia de los plantadores la componían tan solo unos diez millares de familias que se sostenían mediante el trabajo de grupos de más de cincuenta esclavos. Las familias extremadamente ricas que poseían más de un centenar de esclavos no llegaban a sumar tres millares, mínima fracción dentro de la población total del Sur.
__________
(Texto tomado de la obra de Kenneth M. Stampp titulada 'La esclavitud en los Estados Unidos', páginas 40-41; traducción de Nicanor Ancochea Millet; ediciones oikos-tau, 1966)

(*) Tïtulo nuestro

(1) Se refiere a la Guerra de Secesión entre el Norte y los Estados Suristas

(2) Así denomina el autor a la esclavitud

(3) Los estados esclavistas (incluyendo el Distrito de Columbia) contaba con una población total de 12.302.000 h.: 8.098.000 h. eran blancos; 3.954.000 h., esclavos y 250.000 h., negros emancipados.
Dice el autor a pie de página que, de no indicarse otra cosa, éstos y otros datos estadísticos que contiene el libro, los ha tomado de las publicaciones de la Oficina del Censo de los Estados Unidos: 'A Century of Population Growth from the First Census of the United States to the Twelfth, 1790/1900' (Washington, D.C., 1909; 'Negro Population in the United States, 1790/1915 (Washington, D.C., 1918)

viernes, 3 de diciembre de 2010

Mía Couto: Sígase

Sígase el proverbio: das el brazo y luego quieren la mano.

Mía Couto en 'Cronicando'

jueves, 27 de mayo de 2010

Omar Khayyam: Abandonar Toda Religión (*)

¿?¿?¿?

Colmado de gozo camino sorbiendo la bebida embriagadora. Así soy yo.

Mi verdadera fe consiste en abandonar toda creencia e irme de la religión.

Pregunté, curioso, a la novia de todos los tiempos: —¿Cuál será tu dote?

Y la novia de los tiempos me contestó: —¡Mi dote es esta víscera triunfal,

en todo su alborozo, en todo su fausto, en todo su aureolado esplendor!

Pues ven, le dije, hagamos unos hijos guerrilleros que quiebren el Capital.

-

(*) Versión sacrílega de una rubayata de Omar Khayyam

¿?¿?¿?