miércoles, 26 de octubre de 2011

Euskadi, ETA: Recuerdos personales (3)


En Cestona conocí a Nazario. No recuerdo el apellido. Un joven al que, por hacer una huelga y participar en protestas contra el régimen franquista, juzgaron y condenaron al destierro, con 15, 16 o 17 años (no recuerdo tantos detalles), a no sé cuantos cientos de kilómetros de Euskadi. Otros muchos corrieron la misma suerte. O eso me contaron. La Guardia Civil lo dejó en medio de la plaza de un pueblo extremeño. Solo. Acojonado. Con la cabeza gacha y mirando de reojo alrededor. Nadie. Por ninguna parte. 

Pasado un tiempo, poco, un hombre se le acerca preguntándole el por qué de su situación; de si era un criminal, o un asesino, o un ladrón... Cuando Nazario le contó la verdad sobre la represión franquista en Euskadi, este hombre le dijo:

-Ven a mi casa. Yo soy republicano y sé bastante de penalidades. Tendrás cama y comida. Y sabrás ganártelas.

A su regreso a Euskadi se hizo de ETA. Luego, en una excisión, se inclinó por ETA (político militar). Los llamados polimilis. 
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Nazario, un día que estábamos hablando en la plaza, frente al Bar Coyote, me señaló a dos hombres que hablaban en medio de la plaza. Uno era médico y el otro farmaceútico.

-Mira, esos son unos puristas: están hablando en el euskera del siglo XVI o XVII.  Seguro que escandalizados porque estoy charlando contigo, con un beltza.

-¿Un beltza qué es?

-Un negro. Los de fuera son beltzas. Así piensan los racistas del PNV.

Sobre esto de los puristas me ocurrió una cosa curiosa. Yo, cuando llegué a esa nacionalidad española llamada Euskadi, sabía de su idioma tres palabra: harri eta herri (piedra y pueblo) Título de un libro de un tal Gabriel Aresti. Lo había leído en el diario Ya. Retuve estas tres palabras. Luego leí una poesía del mismo Aresti de un librito-antología -contenía poemas en castellano y en los otros tres idiomas españoles: euskera, gallego y catalán-  que había comprado en Zamora. Solo recuerdo el nombre de la colección: Saco Roto. Pues bien, me gustó y la aprendí de memoria. Se la recité a algunos vecinos de Cestona que alabaron mi pronunciación. Me gustaba esa poesía y me gusta aun. Pero una vez que la recité hubo uno que dijo con desprecio:

-¡Bah! 'Kontra, kontra'. ¡Vaya mierda! Eso es castellano. Se dice 'aurka, aurka' y no 'kontra'. Ese poeta no sabe escribir en euskera.

El poeta es, ya, un clásico del euskera. El vecino será un clásico de la nada. Y si ha muerto más nada aun. El poema es el siguiente:  

"Nire aitaren etxea / defendituko dut. / Otsoen kontra, / sikatearen kontra, /  lukurreiaren kontra, / justiziaren kontra, / defenditu / eginen dut / nire aitaren etxea. / Galduko ditut / aziendak, / soloak, / pinudiak; / galduko ditut  / korrituak, / errenteak, / interesak, / baina nire aitaren etxea defendituko dut. / Harmak kenduko dizkidate, / eta eskuarekin defendituko dut / nire aitaren etxea; / eskuak ebakiko dizkidate, / eta besoarekin defendituko dut / nire aitaren etxea; / besorik gabe, / sorbaldik gabe, / bularrik gabe / utziko naute, / eta arimarekin defendituko dut / nire aitaren etxea. / Ni hilen naiz, / nire arima galduko da, / nire askazia galduko da, / baina nire aitaren etxeak / iraunen du / zutik."
(Defenderé / la casa de mi padre. / Contra los lobos, / contra la sequía, / contra la usura, / contra la justicia, / defenderé / la casa /de mi padre. / Perderé / los ganados, / los huertos, / los pinares; / perderé / los intereses, / las rentas, / los dividendos, / pero defenderé la casa de mi padre. / Me quitarán las armas / y con las manos defenderé / la casa de mi padre; / me cortarán las manos / y con los brazos defenderé / la casa de mi padre; / me dejarán / sin brazos, / sin hombros / y sin pechos, / y con el alma defenderé / la casa de mi padre. / Me moriré, / se perderá mi alma, / se perderá mi prole, / pero la casa de mi padre / seguirá / en pie)

Mas tarde este poema lo vi en la esquela de un etarra.
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Mas arriba, refiriéndome a Nazario, he puesto 'represión franquista en Euskadi'. La hubo en toda España, pero allí tuvo sus rasgos propios. De eso me enteré un día por casualidad: los niños de la escuela fueron congregados por la Caja de Ahorros de Guipuzcoa en un cine de Azcoitia; hubo proyección de películas, teatro y otras actividades culturales para escolares; en el trayecto de Cestona a Azcoitia, en autobús, me senté al lado de un padre de alumno; me parece recordar que era un trabajador de la entidad bancaria. Hablamos. De muchas cuestiones. Pero lo que se me quedó gravado para siempre fue lo del collarín con la bolita. Me lo contó luego de preguntarle yo por qué insistía tanto en que tratara con cariño a los alumnos. Y es que lo dijo tantas veces que me mosqueé. Hasta pensé que se estaba refiriendo a mi. 

Y yo, la verdad, nunca he puesta la mano encima a ningún escolar. Nunca los he vejado. A veces me enfadaba, si. Y decía una palabra mas alta que otra. Pero enseguida me daba cuenta dónde estaba, que los niños eran vasco hablantes y conocían poco el castellano, luego, había que ser paciente; de eso me dio lecciones Pio Baroja: en una de sus escritos, por ejemplo, relata lo del maestro castellano que se enfada continuamente, pega gritos y los niños no entienden nada; o que les hablaba de las viñas de La Mancha y ellos lo que querían es que les contara de la pesca del bacalao en Terranova; o, sin ir mas lejos, lo que me ocurrió a mi con un niño que ingresó en clase a mitad de curso; vino de un caserío; le pregunté por su nombre, muchas veces; y el niño no hacía mas responder:

-¿Zer? ¿zer? ¿zer? (qué, qué, qué)

Y, yo, cada vez me cabreaba mas; y levantaba la voz. Hasta que uno de mis alumnos me dijo:

-Maisua (maestro) dígale 'nola izena' (como te llamas)

Así lo hice; y abriéndosele la sonrisa en la boca, como si se le iluminara, contestó:

-Yon. Ni Yon (Yon. Yo Yon)

En fin, por todo ello no sabía a santo de qué repetía, una y otra vez, que tratara bien a los niños. Por eso se lo pregunté. Y me lo contó. Lo que él había vivido de niño. Fueron pocas palabras. Pero suficientes. Al parecer el maestro tenía un collarín con una bolita -amén de la vara o la regla, claro- que ponía al que hablara en euskera. Aquel que lo llevara puesto al final de la clase recibía una paliza dada por el maestro; o por su padre, en casa. Por lo que toda la clase se convertía, oido avizor, en chivato colectivo para librarse del vergonzoso collarín.

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