jueves, 27 de octubre de 2011

Euskadi, ETA: recuerdos personales (5)


Esta ETA (los llamados polimilis) fue la que secuestró a José Javier Crespo, Delegado de Educación y Ciencia de Guipúzcoa. 

El señor Crespo estuvo, antes de encumbrarse a la Delegación, de inspector de escuelas por el Valle del Urola. Una vez nos reunió a los maestros en un colegio de monjas en Azpeitia. Allí hablé con él de algunas cosas entre otras de mi afición a la lectura y de mi atracción sobre los temas de la civilización negro africana y su reflejo en América por medio de los esclavos. Luego estuvo un tiempo en EEUU. Cuando regresó yo estaba en Azcoitia. Y a Azcoitia acudió un día de inspección rebelándome, sin querer, un misterio. 

El colegio tenía tres locales: uno en el medio del pueblo, junto al río, otro en las afueras, en Altamira (creo que se llamaba así el lugar) y un tercero en una ladera subiendo para el barrio de Floreaga. Era el edificio principal y allí vivía el director. Pues bien, yo, que estaba en el local del centro (recuerdo que se entraba por la lonja del mercado) metía a los alumnos en clase, después del recreo de la mañana. Serían las 11 u 11'30. Él, el inspector, venía con el director a ver un aula a la que se le había caido parte del techo. Lo vi pero no quise saludarlo. Nunca me han gustado los jefes. Cerraba la puerta de la clase cuando oí que le decía al director:

-Vaya, vaya allá. Ahora me reuno con usted. Tengo que saludar a un maestro que conozco. 

Y llamó a la puerta. Le abrí y en la charla, que fue breve, descubrí el misterio que me concernía. Fue mas  o menos así: me preguntó si bebía, le dije que, los fines de semana, como todo el mundo, me corría alguna juerga. 'Es que ha habido denuncias y... recuerde Cestona'. ¡Ahí di con el busilis! 

Me explico: yo había solicitado, por tercer año, la plaza de Cestona y no me la dieron. Pensé que en mi lugar se la habrían concedido a otro con mas derecho. Pero a primeros de noviembre fui a dar una vuelta por Cestona y me encontré con Joaquín, mi antiguo compañero, quien me informó que estaban solos los tres dando clases: Arratibel, don Juan y él. Me extrañó. 

Y ahora, pasado un tiempo, heme  aquí descubriendo denuncias de la clerigalla cestuarra. Y para subrayarlo añadió el inspector José Javier Crespo:

-¡Oiga! ¿No será usted de algún partido político?

-Mire, no lo soy. Pero si lo fuera tampoco se lo diría.

-¡Por Dios! No quiero que piense que hago de policía...No es mi estilo.

Y, cosa insólita, o por lo menos extraña, por la tarde nos reunió en un claustro. No he guardado en la memoria el motivo de la reunión. Lo que si recuerdo es que nos recomendó, no sé el por qué, que no nos metiéramos en política... del régimen franquista. Luego lo secuestró ETA (político militar). Y, pasados unos meses, sin tocarle un pelo, lo liberó.

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Esta atmósfera de miedo, de violencia, era ya muerto el dictador. En plena transición democrática. Con el rey Juan Carlos I en el trono. Y decían que en plena libertad. 

Y ahora un cuento de maestros:

Erase que se era un maestro que, llegado el periodo de vacaciones, en verano, no pudo irse de viaje a pesar de coger el macuto y ponérselo al hombro. A pesar de querer irse de bureo por el mundo. 

Porque para ello tiene que trasladarse al pueblo mas cercano donde hay estación de tren. Y no llega a tiempo y tiene que esperar varias horas hasta que pare el próximo tren. Da una vuelta por el pueblo. Come. Y vuelve a la estación. Quedan aun dos horas. Se acerca al quiosco. Conoce a la quiosquera. Habla un rato con ella. No hay mucho de qué hablar. De modo que le compra una novela. De Sender. Se sienta en uno de los bancos de la sala de  espera junto a una persona y comienza a leer. Era de un republicano que, huyendo de la represión, se refugia en un campanario. Hasta aquí ha llegado leyendo cuando se tiene que separar de la persona de al lado y la persona de al lado tiene que correrse un poco porque un individuo se ha ido a sentar entre ellos.

-¡Qué maleducado!, piensa.

Mas sigue leyendo. La persona de al lado se levanta del asiento y se va. Entonces el individuo le pregunta qué lee. Le enseña la portada del libre. De que trata, insiste. El maestro le dice de lo que trata hasta donde ha leído. Entonces le pregunta qué quien es el escritor. Y el maestro, pacientemente, le explica que es un escritor muy notable, que era de ideología anarquista, que luchó en el campo de la República... Y, sin saber por qué, este interrogador le dice de pronto:

-Vamos, un  rojo. Como tu. Porque tu eres de esos progres que yo bien conozco. Un marxista. Pero ahora eso se puede decir. Venga. Dilo. Di que eres un marxista.

Y le da codazos y le empuja al maestro.

-¿No te atreves? ¡Cobarde! Si ahora se puede decir cualquier cosa... Con Juan Carlos hay libertad. Ven conmigo al cuartel de la Guardia Civil. Porque te habras dado cuenta que yo soy guardia civil. Anda, ven conmigo al cuartelillo. Y di alli que eres un marxista.

-¿Por qué tengo que decir que soy marxista? ¿Por qué tengo que ir al cuartel? Yo soy un maestro y donde voy a ir es de vacaciones.

-¡Venga, saca el carnet! ¡Dame el carnet de identidad!

-¿Yo? ¿Y por qué tengo que darte el carnet?

Y el maestro que está acojonado. Por que lo está. Muerto de miedo. Ha reunido coraje para negarse a darle el carnet. Y se levanta del banco y se dirige hacia el quiosco. Con el fin de apoyarse en la quiosquera que conoce. A la que le explicó cómo un individuo, que dice ser guardia civil, le está provocando.

El que dijo ser guardia civil se quedó corrido, un momento, ante la respuesta del maestro. Firmeza que no esperaba. Pero se rehizo enseguida al sentir el pitido del tren. En el que se iba a subir. Se acercó al quiosco y le pegó un puñetazo en la nariz al maestro. Que quedó tumbado en el suelo sangrando. La quiosquera comenzaba a gritar.

-¡Cállate, hostias! O te cierro el chiringuito y vas conmigo al cuartelillo ahora mismo. Y tu -le dice al caído- ni se te ocurra ir a denunciar al cuartel porque seré yo quien te reciba ¡Me oyes!

Y el que dijo ser naranjero, se fue corriendo a subir al tren que arrancaba en ese instante. 

El maestro se levanta del suelo. La del quiosco le afirma que si, que es guardia civil, que lo ha visto varias veces. El maestro se va a los servicios a lavarse la sangre. Ve en el espejo que  tiene una herida en la nariz. La mujer de la limpieza se compadece de él. Le dice que si, que es guardia civil. Y que hacen eso, a veces.

-Vienen a 'ligar'. Ha pillar a algún incauto. Para ganarse galones.

Le aconseja que acuda al jefe de estación. Va. Palabras, palabras, palabras. Que se cure la herida. Le indica un medico. Que le cura. Mal. Y médico le dice que denuncie el hecho en el cuartel de la Guardia Civil. Y que no. Que él, precisamente él, no le acompaña. 

-¡Ah! ¿Qué no va a ir? Bueno, pues se jode y se aguanta.

El maestro se vuelva a su pueblo. Visita a su médico. Que le cura. Bien. Y no le aconseja que acuda al cuartel. 

-Yo, lo siento, pero no te lo aconsejo. Yo no iría. Les tengo miedo a los guardias civiles. Lo siento.

El maestro se va a su casa. El maestro ya no se va a ver mundo. Se tumba en la cama. Y duerme. Pensando en la democracia. En la monarquía, presidida por Juan Carlos I rey de España. El de las libertades.

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