ARCONADA Y EL GATO DE LA EDICIÓN
Por Gonzalo Santonja
Leí mi tesina sobre César Muñoz Arconada al filo de la muerte de Franco y recientemente, apenas hará dos años, un magnífico alumno de doctorado en la Universidad Complutense presentó, bajo mi dirección, una tesis verdaderamente brillante y exhaustiva sobre los primeros años del escritor en el Diario Palentino, estableciendo una pauta a mi juicio decisiva para entender su posterior proyección, que fue mucha, porque Arconada, se tenga o no presente, sentó plaza de protagonista en las múltiples encrucijadas de la Edad de Plata de nuestra literatura, desempeñando un papel crucial tanto en el episodio de las vanguardias como en el movimiento rehumanizador y en su intensificación hacia la plenitud del compromiso. O sea, que a estas alturas llevo más de cinco lustros de familiaridad con su obra y, paradójicamente, cada año que pasa la veo más cubierta de olvido, antes censurada por el franquismo y hoy víctima –víctima rampante- de la desmemoria, favorecida si acaso por gestos efímeros pero sin calado.
Al respecto, ni siquiera sirvió la gran ocasión del centenario de su nacimiento (le tocó venir al mundo por Astudillo, en Palencia, que no está nada mal, el 5 de diciembre del señaladísimo año de 1898), que pasó de largo con pena y sin gloria. Que yo sepa, media docena de conferencias aisladas, el frustrado proyecto de alguna publicación y un ciclo en Palencia, al amparo de la Universidad de Verano “Casado del Alisal”, tan interesante (y logrado, porque los ponentes se emplearon a fondo) como inadvertido, nada tumultuoso de asistencia y, para mí, incomprensiblemente desasistido por los medios de comunicación de cuya más noble historia nuestro personaje formaría parte.
Poeta ultraista, y de los buenos, que en el ultraismo no fueron tantos, (Gerardo Diego, Pedro Garfías y muy poco más) impulsor con un breve puñado de animosos amigos de un precoz suplemento literario en el ya citado Diario Palentino, biógrafo brillante de míticas estrellas de la pantalla (su aproximación a Greta Garbo, publicada en 1929, daría, sin exageraciones, la vuelta al mundo, traducida por doquier, con frecuencia en la subvariante pirata), narrador y dramaturgo “comprometido”, con el vuelo de su imaginación –debe reconocerse; en literatura de nada sirven las medias verdades- contenido por los limitadores supuestos del socialrealismo (en su caso, y también debe anotarse, atemperados por la rica lección de la vanguardia, germen de un lirismo al que jamás renunció), y luego, ya en el exilio, divulgador fecundo en los países de la órbita soviética de nuestra literatura mayor, la de los Siglos de Oro (su adaptación de La Gitanilla cervantina conoció el éxito de los escenarios hasta el final de la URSS, anualmente aupada a las carteleras del Teatro Gitano de Moscú), siempre con sus lejanos paisajes de la Palencia profunda pegados a las puntas de la pluma, irrenunciablemente fiel al castellano preciso de las gentes austeras de Tierra de Campos, con la mirada –así lo reflejan las fotografías- sembrada de nostalgias y, en las últimas imágenes, evidentemente volcada hacia los adentros, como buscándose en los débiles reflejos del sol del ocaso, de los ocasos.
De Arconada quedan libros inéditos. Libros, reitero, que no cuadernos de apuntes. Libros extensos; años llevo recordándolo. En mi biblioteca guardo copia de dos: una biografía de José Díaz, de la que di amplia noticia en el congreso sobre el exilio que en 1999 se celebró en Salamanca (a punto de salir estarán las Actas correspondientes); y un denso reportaje sobre la China de Mao Tsé Tung, donde tuvo la fortuna de que unos impresionantes desbordamientos le dejasen aislado de los burocráticos guías que las autoridades le habían asignado. ¿Cuándo saldrán? Ya me gustaría saberlo. Si alguien pone el cascabel a ese gato, buen cascabeleador será.
Por Gonzalo Santonja
Leí mi tesina sobre César Muñoz Arconada al filo de la muerte de Franco y recientemente, apenas hará dos años, un magnífico alumno de doctorado en la Universidad Complutense presentó, bajo mi dirección, una tesis verdaderamente brillante y exhaustiva sobre los primeros años del escritor en el Diario Palentino, estableciendo una pauta a mi juicio decisiva para entender su posterior proyección, que fue mucha, porque Arconada, se tenga o no presente, sentó plaza de protagonista en las múltiples encrucijadas de la Edad de Plata de nuestra literatura, desempeñando un papel crucial tanto en el episodio de las vanguardias como en el movimiento rehumanizador y en su intensificación hacia la plenitud del compromiso. O sea, que a estas alturas llevo más de cinco lustros de familiaridad con su obra y, paradójicamente, cada año que pasa la veo más cubierta de olvido, antes censurada por el franquismo y hoy víctima –víctima rampante- de la desmemoria, favorecida si acaso por gestos efímeros pero sin calado.
Al respecto, ni siquiera sirvió la gran ocasión del centenario de su nacimiento (le tocó venir al mundo por Astudillo, en Palencia, que no está nada mal, el 5 de diciembre del señaladísimo año de 1898), que pasó de largo con pena y sin gloria. Que yo sepa, media docena de conferencias aisladas, el frustrado proyecto de alguna publicación y un ciclo en Palencia, al amparo de la Universidad de Verano “Casado del Alisal”, tan interesante (y logrado, porque los ponentes se emplearon a fondo) como inadvertido, nada tumultuoso de asistencia y, para mí, incomprensiblemente desasistido por los medios de comunicación de cuya más noble historia nuestro personaje formaría parte.
Poeta ultraista, y de los buenos, que en el ultraismo no fueron tantos, (Gerardo Diego, Pedro Garfías y muy poco más) impulsor con un breve puñado de animosos amigos de un precoz suplemento literario en el ya citado Diario Palentino, biógrafo brillante de míticas estrellas de la pantalla (su aproximación a Greta Garbo, publicada en 1929, daría, sin exageraciones, la vuelta al mundo, traducida por doquier, con frecuencia en la subvariante pirata), narrador y dramaturgo “comprometido”, con el vuelo de su imaginación –debe reconocerse; en literatura de nada sirven las medias verdades- contenido por los limitadores supuestos del socialrealismo (en su caso, y también debe anotarse, atemperados por la rica lección de la vanguardia, germen de un lirismo al que jamás renunció), y luego, ya en el exilio, divulgador fecundo en los países de la órbita soviética de nuestra literatura mayor, la de los Siglos de Oro (su adaptación de La Gitanilla cervantina conoció el éxito de los escenarios hasta el final de la URSS, anualmente aupada a las carteleras del Teatro Gitano de Moscú), siempre con sus lejanos paisajes de la Palencia profunda pegados a las puntas de la pluma, irrenunciablemente fiel al castellano preciso de las gentes austeras de Tierra de Campos, con la mirada –así lo reflejan las fotografías- sembrada de nostalgias y, en las últimas imágenes, evidentemente volcada hacia los adentros, como buscándose en los débiles reflejos del sol del ocaso, de los ocasos.
De Arconada quedan libros inéditos. Libros, reitero, que no cuadernos de apuntes. Libros extensos; años llevo recordándolo. En mi biblioteca guardo copia de dos: una biografía de José Díaz, de la que di amplia noticia en el congreso sobre el exilio que en 1999 se celebró en Salamanca (a punto de salir estarán las Actas correspondientes); y un denso reportaje sobre la China de Mao Tsé Tung, donde tuvo la fortuna de que unos impresionantes desbordamientos le dejasen aislado de los burocráticos guías que las autoridades le habían asignado. ¿Cuándo saldrán? Ya me gustaría saberlo. Si alguien pone el cascabel a ese gato, buen cascabeleador será.
Gonzalo Santonja es profesor de Literatura y escritor
EN 'CAMINAR CONOCIENDO' Nº. 9 PÁGINA 10
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