lunes, 8 de enero de 2007

LAS CRONICAS DE LA GUERRA EN ASTURIAS, DE CÉSAR M. ARCONADA




LAS CRÓNICAS DE LA GUERRA EN ASTURIAS



Por Jesús Marie Boves



Cuando empezó la Guerra Civil, César M. Arconada (1898-1964) era un escritor de reconocido prestigio pues había sido redactor-jefe de La Gaceta Literaria, había colaborado en revistas de renombre y había publicado novelas tan interesantes como 'La turbina' (1930), 'Los pobres contra los ricos' (1933) y 'Reparto de tierras' (1934). Arconada, que se encontraba en Irún -a donde había ido por la razón de su trabajo de oficial de correos-, se dirigió a Oviedo puesto que Mundo Obrero lo había nombrado corresponsal en el frente de Asturias, y desde allí envío sus crónicas de guerra (*1). A continuación, examinaremos algunos de los rasgos más destacados de dichos textos: animosas proclamas (*2), datos sobre los contendientes, informes del asedio, etc.
En la primer crónica –fechada a primeros de septiembre de 1936-, el diputado Manso explica al autor cómo se fraguó la traición del general Aranda (*3). El lenguaje que emplea Arconada responde al tono ardiente que debía conmover y animar a los lectores y combatientes. Así, Sama era “la capital de Asturias, la ciudad de la movilización y la guerra, la ciudad liberal, espiritual, la Covadonga de nuestros días y nuestro movimiento liberador”(23). Brotan una y otra vez las frases cargadas de ilusión y de entusiasmo por la conquista de una ciudad que se antojaba clave en el transcurrir de la guerra: “Todos los indicios hacen creer que la toma de Oviedo va a ser un capítulo de epopeya. Los mineros, como en el octubre glorioso, arrollarán con todos sus ímpetus de dinamita y rabia y asco a los militares traidores” (27). Obviamente, los enemigos parecían personas odiosas: “[...] miles de muñecos traidores, de bichos repugnantes, de sombras siniestras, que presididos por Aranda, el más refinado de los traidores, se apoderaron de Oviedo durante los primeros días de la sublevación”(27). Este lenguaje beligerante se repite de modo reiterado: ¡Ay, Aranda, traidor cobarde! ¿No ves que los bravos asturianos, expertos en hacer revoluciones y conquistar ciudades con dinamita, asoman ya a las lomas, a los barrios, a los arrabales de tu madriguera?” (28).
En las primeras crónicas, sobresalía el optimismo: “Hablamos de ir a tomar café al centro de Oviedo, a la Escandelera (sic, por Escandalera). Aplazamos el viaje. Antes será necesario hacer una pequeña operación de limpieza” (28). Arconada titula de este modo una de sus crónicas: “Asturias está en nuestro poder. Oviedo será la tumba de Aranda” (30-31). Inicia otro artículo así: “Aranda se siente morir en el recinto de Oviedo. Su situación es desesperada, es angustiosa. Sabe que no tiene salvación” (30). Al mismo tiempo, el escritor descalifica la columna gallega que se acercaba a Oviedo para romper el cerco, señalando que se hallaba perdida y paralizada: “Lógicamente, esta columna debe encontrar sepulcro entre las altas montañas de Asturias” (30).
Como los fugados de Oviedo descubrían en sus relatos el modo en que se vivía en la ciudad sitiada, Arconada ofrecía en sus artículos datos interesantes que sirven para comprender cómo eran los combatientes, de qué manera vivían y cuál era su procedencia. Así mismo, señalaba la desigualdad que existía entre la amargura que debían soportar unos y la alegría que invadía a los otros: “La situación de la ciudad debe ser pavorosa. No se advierte ningún signo de vida. Las calles están sin gentes”(29). Por el contrario, los sitiadores disfrutaban de mejores condiciones de vida: “Es la hora de la cena, y los milicianos nos enseñan sus platos, llenos de buena carne. Hay sidra. Hay buen humor, y se canta, y suena una armónica en labios de un mozo músico. Esla guerra” (2). En la ciudad, por el contrario, escaseaban los alimentos, la población civil vivía en sótanos, las calles estaban desiertas, no había gasolina, los transportes debían hacerse con carros, se producían fusilamientos de izquierdistas.
El estilo y el vigor narrativo de Arconada marchan parejos con la situación de la contienda. Así, cuando, comienza el ataque a la capital asturiana, su verbo se inflama para aumentar el espíritu revolucionario: “Cuando oímos los primeros cañonazos, la más intensa emoción nos sobrecoge a todos. Vamos a conquistar Oviedo”(41). Sin embargo la resistencia impide la toma inmediata. Los milicianos se ven obligados a retirarse al primer día y este revés obliga al escritor a tratar de ocultar el fiasco: “Nosotros hemos cogido al enemigo cuatro ametralladoras y bastantes fusiles y municiones. Le hemos dado un duro castigo. Le hemos demostrado que el avance es incontenible y que, victoria adelante, Oviedo caerá en nuestro poder dentro de unos días [...] Mañana seguirá la lucha, y nuestras fuerzas avanzarán más y más por este sector y tal vez por otro, hasta llegar a las calles” (43). Con todo, Arconada trata de infundir ánimos a sus lectores: “[...] si no se ha avanzado más, ha sido porque el día ha llovido bastante, y en muchos momentos las operaciones han tenido que suspenderse” (47).
Para justificar las dificultades de la toma inmediata de Oviedo, Arconada explica: “Hay quien confunde la guerra con la magia [...] Sin embargo, la guerra es otra cosa”(48). Culpa al cine del vano optimismo que se había adueñado de la población y cita algunas fantasías que el propio Arconada había tenido: “Quien más o quien menos se prometía el día primero de la lucha ir a tomar café en Peñalba –el café donde se reunían los fascistas- y pasear por la Escandelera o calle Uría”(48). Reconoce Arconada que, para conquistar Oviedo, hacía falta avanzar, luchar y morir. El enemigo no está formado por “un ejército de soldados de plomo”, sino que sabía atrincherarse y pelear: “Hemos visto las primeras trincheras que se les ha conquistado. Son perfectas. Tienen subterráneos y en ellos habían metido somiers para dormir” (49). El cronista calculaba que defendían la ciudad cuatro mil hombres y que éstos disponían de muchas armas y municiones. No obstante, Arconada no quería ser pesimista: “Tal vez para el domingo –sin responder del cálculo, porque la guerra no es una matemática- los impacientes camaradas de la retaguardia puedan llegarse a la Escandelera” (50).
Una de las razones que explicaba la paralización de la ofensiva sobre la capital asturiana radicaba en la columna gallega, la cual, con el fin de ayudar a los sitiados, estaba sacrificando “hombres sin reparo hasta el fin de quedar las unidades diezmadas”(60). Las tropas de Alonso, apoyadas por la aviación y reforzadas por nuevos hombres y armamento, aumentaron la presión sobre las líneas de los sitiadores. Explica el autor: “Es este hecho el que produce un lógico paréntesis en la acción sobre Oviedo” (69).
En efecto, en octubre de 1936, la columna gallega rompió el cerco y abrió un pasillo por el que seestableció comunicación con la parte occidental de Asturias. Arconada informa de dicho revés y, aunque pretende restarle importancia al asunto, se nota su pesimismo en las crónicas sucesivas. En realidad, la marcha de la guerra lo desalentó y, aunque permaneció en Asturias hasta la toma de la región por las fuerzas rebeldes, perdió su habitual optimismo y dedicó sus energías a la redacción de la novela Río Tajo (4).
Para terminar esta sucinta y rápida aproximación a las crónicas de la guerra en Asturias, de César Muñoz Arconada, las cuales sintetizan la pasión y la fuerza literarias de un narrador tan estimable como desconocido, citamos algunos versos del romance El cerco de Oviedo, en el cual el escritor palentino refleja la marcha de los mineros asturianos a Madrid:

Y cuando las verdes cumbres

despunta la madrugada,

tres mil mineros están

preparados a la marcha.

Dinamita en la cintura;

en las manos, viejas armas

de Octubre para esta lucha

de nuevo desenterradas.

Un coraje de victoria

en cada pecho se ensancha,

y los sueños que murieron

en Octubre bajo lágrimas,

se remontan otra vez

gozosos de nuevas alas (11)”.
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NOTAS:
(*1) Véase G. Santonja, "Introducción" a César M. Arconada, La guerra en Asturias (crónicas y romances), Madrid, Ayuso, 1979, pp. 9-20. Citaremos por esta edición, indicando entre paréntesis el número de página; centraremos nuestro análisis en la misma edición aunque, como el propio Santonja reconoce, es posible que pudieran existir otras crónicas de este autor sobre la gue­rra en Asturias. Para la obra de Arconada, véase Eusebio G. Luengo, "Un novelista social: César M. Arconada", Nueva Cultura, 6 (agosto-septiembre 1935), pp. 12-14; P. Gil Casado, La novela social española, Barcelona, Seix-Barral, 1973, pp. 36-40 y pas­sim; M.ª F. Vilches de Frutos, "El compromiso en la literatura: la narrativa de los escritores de la generación del Nuevo Romanti­cismo (1926-1936)", Anales de la Literatura Española Contemporánea, 7 (1982), pp. 31-58; Idem, La generación del Nuevo Ro­manticismo. Estudio bibliográfico y crítico (1924-1939), tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 1984, pp. 203-225; G. Torres Nebrera, "Introducción" a César M. Arconada, Reparto de tierras, Badajoz-Palencia, Diputación Provincial, 1988, pp. 7-63, y F. Castañar, El compromiso en la novela en la II República, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1992, pp. 192-195 y passim. El novelista ofreció datos de su vida en "Autobiografía", Nueva Cultura, 11 (marzo-abril 1936), p. 11.
(*2) Las crónicas de guerra servían tanto para animar a los integrantes del bando propio como para desacreditar y desanimar a los enemigos, pero Arconada reflexiona sobre la verosimilitud que debía exigírsele tanto a él como a otros escritores o periodistas que informaban de la marcha del conflicto: "La guerra impone una medida en la veracidad. Pasarse de ella en el tono y en el relato es perjudicial y peligroso. Debiera haber censura para las imaginaciones desatadas de muchos periodistas" *64. Al mismo tiempo, el escritor reflexionaba sobre las diferentes actitudes que mostraban los dos bandos contendientes. Así, afirma que el Partido Comu­nista se había incautado del Palacio de Revillagigedo (Gijón) y de la casa Iniesta, pero no había destruido sus tesoros artísti­cos -como hacían los fascistas-, sino que los respetaban y cuidaban: "Cuadros, esculturas, mobiliario, todo está en orden, intacto. La cultura de los trabajadores es superior y magnífica" *32. En ocasiones, Arconada proporciona datos sobre el asedio: la artillería es­taba colocada en el monte Naranco, desde donde se divisa y domina la capital asturiana a la perfección. La aviación bombardeaba asiduamente y en ciertos días arrojaba más de doscientas bombas *36. Los objetivos de los milicianos eran la calle Uría ("calle de la burguesía de Oviedo"), los cuarteles y algunos edificios religiosos *37. Otros apuntes permiten conocer la profesión de los jefes mi­litares: mineros, guardias municipales, maestros. El novelista utilizaba los descansos en los combates para visitar distintos fren­tes; reflexionar sobre la situación de los pescadores cántabros o describir con gran lirismo el hermoso paisaje asturiano: "Aquí es­tán los arrabales de la ciudad en verdes lomas empapadas en lluvia. Los merenderos, las casas aldeanas, los corrales, los hórreos, al­gún chalet modesto. Pero sobre este paisaje, dulce y verde, de canción y lluvia, antes tranquilo como una soledad remansada, algo ha pasado [...] Ha pasado la guerra" *58.

(*3) Según Manso, Aranda se adhirió de palabra a la causa del legítimo gobierno republicano, pero, al mismo tiempo, facilitó la salida de Oviedo de una columna de obreros que se dirigía a Castilla (aunque no quiso darles armamento) y se apoderó del Go­bierno civil y de la plaza de Oviedo; además, concentró "en la capital a todos los fascistas y a todos los guardias civiles de la provin­cia" *24. Aquellos mineros asturianos originaron la famosa Columna Mangada. Véase Caminar conociendo, 8 (julio de 2000), pp. VI-VII. Juan José Manso del Abad fue diputado asturiano. Después de la guerra, se exilió a Cuba y a México, en donde mu­rió en 1972. El general Antonio Aranda era jefe de las fuerzas militares de Oviedo; mantuvo el asedio desde el mes de julio de 1936 hasta el mes de octubre del mismo año, en que fue socorrido por las tropas del general Alonso, las cuales rompieron el cerco repu­blicano.

El autor del artículo es profesor

'CAMINAR CONOCIENDO' Nº 9, PAGS. 23 y 24

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