En la anterior reseña del Sectario desapareció el siguiente texto por ir entre estos signos <<>> con lo cual, no hay mal que por bien no venga, he aprendido que este signo hace desaparecer el texto; es decir: es un signo tragón.
Arturo Ledrado (Madrid, 1959) nos mostró sus poemas iniciales en un libro de título premonitorio, Encuentro en Rivas, un trabajo colectivo que aglutinaba firmas conocidas e inéditas. Desde entonces ha desarrollado una amplia labor como editor y activista cultural y ha colaborado con frecuencia en medios de comunicación. Hace un lustro creó la Asociación Prima Littera y por eso, con frecuencia, su nombre ha estado más relacionado con la infraestructura del libro que con la producción de textos propios. Sin embargo, en él la escritura es vocación temprana como lo atestiguan los relatos ahora reunidos en Libro de Inventario (Encuentro en Rivas, Madrid, 1999), carta de presentación en solitario rescatada de carpetas sepias y oscuros cajones, una entrega que bien podría titularse Cajas chinas.
Con prólogo de Norberto Romero, el conjunto acoge 22 textos de un amplio escaparate argumental y estilístico, como si hubieran sido escritos en tiempos y atmósferas sucesivas. Los hay que imitan la caligrafía solemne y sentenciosa de un informe funcionarial, como el titulado “En su defensa expone”; otros recuerdan relatos de tradición oral para alegrar las sobremesas del invierno, e incluso alguno corresponde a la percepción esteticista de una anotación de dietario –“Sinfonía azul” sería un buen ejemplo-. Otros son palimpsestos de algunos autores de culto como Julio Cortazar o Juan Rulfo, dormitan en zonas fronterizas entre el artículo periodístico y el relato minimalista.
Entre estos cuentos y su poemario de presentación hay muchos lazos de parentesco y no pocos caminos de ida y vuelta. El título de su poemario es Arqueología submarina cuyo sentido atestiguan algunos versos de su poema “Bajo llave”. En esta composición leemos: “No vaya a ser que a cada instante // un objeto común y ajado nos recuerde // que ayer pasó, // que una parte significativa de nosotros // es ya materia de arqueólogos”. Por tanto, su poética sugiere que la escritura aborda el rescate de las muertes domésticas que conviven con nosotros, como si fuéramos escombros de una civilización antigua que alguien reconstruye a partir de un legado semiderruido.
Abunda en los versos una simbología de la destrucción. Así el diluvio, esa lluvia copiosa que cuando amansa permite a la paloma regresar con una ramita de olivo en el pico; pero que ha liberado al basilisco que ha borrado del mapa unicornios y grifos y sirenas, ha marchitado sueños y esperanzas y ha dejado el nivel de las aguas en su cota de diario. Ninguna simbología implícita hay en la muerte, una de las obsesiones redundantes de Arturo Ledrado; la muerte como una puerta a la sombra, según explicita el poema “Fondos de inversión”.
Otro gran filón argumental del libro es la poesía urbana: la ciudad como entorno y latido, una aglomeración de coordenadas geográficas precisas, un Madrid arquetípico que acumula soledad y desarraigo, monotonía y horarios laborales, mendigos y rostros que se pierden para siempre al doblar una esquina.’’Ambos libros se complementan y nos dejan las primeras fotos de una voz nueva a la que deseamos los mejores itinerarios. Ilusión y oficio no le faltan
Arturo Ledrado (Madrid, 1959) nos mostró sus poemas iniciales en un libro de título premonitorio, Encuentro en Rivas, un trabajo colectivo que aglutinaba firmas conocidas e inéditas. Desde entonces ha desarrollado una amplia labor como editor y activista cultural y ha colaborado con frecuencia en medios de comunicación. Hace un lustro creó la Asociación Prima Littera y por eso, con frecuencia, su nombre ha estado más relacionado con la infraestructura del libro que con la producción de textos propios. Sin embargo, en él la escritura es vocación temprana como lo atestiguan los relatos ahora reunidos en Libro de Inventario (Encuentro en Rivas, Madrid, 1999), carta de presentación en solitario rescatada de carpetas sepias y oscuros cajones, una entrega que bien podría titularse Cajas chinas.
Con prólogo de Norberto Romero, el conjunto acoge 22 textos de un amplio escaparate argumental y estilístico, como si hubieran sido escritos en tiempos y atmósferas sucesivas. Los hay que imitan la caligrafía solemne y sentenciosa de un informe funcionarial, como el titulado “En su defensa expone”; otros recuerdan relatos de tradición oral para alegrar las sobremesas del invierno, e incluso alguno corresponde a la percepción esteticista de una anotación de dietario –“Sinfonía azul” sería un buen ejemplo-. Otros son palimpsestos de algunos autores de culto como Julio Cortazar o Juan Rulfo, dormitan en zonas fronterizas entre el artículo periodístico y el relato minimalista.
Entre estos cuentos y su poemario de presentación hay muchos lazos de parentesco y no pocos caminos de ida y vuelta. El título de su poemario es Arqueología submarina cuyo sentido atestiguan algunos versos de su poema “Bajo llave”. En esta composición leemos: “No vaya a ser que a cada instante // un objeto común y ajado nos recuerde // que ayer pasó, // que una parte significativa de nosotros // es ya materia de arqueólogos”. Por tanto, su poética sugiere que la escritura aborda el rescate de las muertes domésticas que conviven con nosotros, como si fuéramos escombros de una civilización antigua que alguien reconstruye a partir de un legado semiderruido.
Abunda en los versos una simbología de la destrucción. Así el diluvio, esa lluvia copiosa que cuando amansa permite a la paloma regresar con una ramita de olivo en el pico; pero que ha liberado al basilisco que ha borrado del mapa unicornios y grifos y sirenas, ha marchitado sueños y esperanzas y ha dejado el nivel de las aguas en su cota de diario. Ninguna simbología implícita hay en la muerte, una de las obsesiones redundantes de Arturo Ledrado; la muerte como una puerta a la sombra, según explicita el poema “Fondos de inversión”.
Otro gran filón argumental del libro es la poesía urbana: la ciudad como entorno y latido, una aglomeración de coordenadas geográficas precisas, un Madrid arquetípico que acumula soledad y desarraigo, monotonía y horarios laborales, mendigos y rostros que se pierden para siempre al doblar una esquina.’’Ambos libros se complementan y nos dejan las primeras fotos de una voz nueva a la que deseamos los mejores itinerarios. Ilusión y oficio no le faltan
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