lunes, 8 de enero de 2007

Eusebio García Luengo: César M. Arconada, UN NOVELISTA SOCIAL



UN NOVELISTA SOCIAL

Por Eusebio García Luengo*

La gente no se ha enterado de que se ha escrito “Los pobres contra los ricos”. Hablo del “vulgo docto”, que administra las reputaciones. Amén de los amigos literarios, quienes conocen la novela de Arconada, son algunos obreros anónimos, que han ido tragándose, royendo, alimentándose de las raíces españolas que se entrelazan en el re­cio lienzo novelesco. Hay una critica de lote­ría que siempre toca, de tono periodís­tico, ligero, afable, que no ha rozado si­quiera la medula de la novela. También otra glosa, ya no de mera información y noticia, sino con empaque de ensayo profundo, dis­cernimientos encopetados, eufémicos, de su­marísimas ironías a lo Jarnés o Díez-Ca­nedo, de alusiones y referencias, de “esto nos trae a las mientes”... y de “Aristóteles nos dice a este tenor”... Critica en que los temas se deslizan de uno en otro, y todo queda desvaído.

Cuando se tilda de sectaria a una obra
suele ser porque rompe lo estatuido,
donde todo hombre se siente ya estrecho.

En uno de estos comentarios -de E. Azcoaga-, se ha dicho que “Los pobres co­ntra los ricos” es sectaria. ¿Qué querrá de­cir esto? ¿Qué significa, sobre todo en su tono peyorativo? ¿Es que el crítico que pega desenfadadamente el marbete reprochador es un ente superior a todas las cosas, por en­cima del mal y del bien? ¿Es que él, como cada quisque, puede sustraerse a la secta, al partido en su más amplia acepción, a la clase, al régimen, a la historia?...
Cuando se tilda de sectaria a una obra suele ser porque rompe lo estatuido, donde todo hombre se siente ya estrecho. Porque arremete contra lo establecido con miras a un orden nuevo que irrumpe por los puntos de la pluma. Pero ello no significa que quien esté acomodado y bien hallado en el sistema inerte no sea sectario. ¿Qué hace, pues, sino aceptarle y defenderle, por tanto, sintiéndose holgado y contento, asimilando y reflejando su mundo?...
Abunda un error según el cual se inter­preta la defensa tácita de un sistema como imparcialidad, y, por el contrario, como sectarismo, la manifiesta incorpora­ción a una trayectoria histórica. De suerte que se oye decir a menudo: No quiero polí­tica, sino buen teatro o buen arte. En tal res­pecto, quien asiste a una representación de los Quintero, o de cualquier otro mal­hechor escénico, sale complacido de no ver política, como si toda esa humanidad, ese orbe moral, consuetudinario e ideológico no constituyera la proclamación y exaltación más sectaria de una política, que abarca todo el mundo de la historia, la ley, la economía etc. Pero no es esta coyuntura de tales diluci­daciones. Importa otra aclaración con­cerniente a la adjetivación y encasillamiento de “social” que adquiere, a las veces, carác­ter de remoquete. Se califica de social una novela que recoge, naturalmente, el hecho social, el fenómeno más considerable de cuantos afectan a la vida de los hombres y de las ideas. Mas se quiere distinguir con ello otra clase de novelas de un presunto apartamiento e independencia del acaecer so­cial, como si cada novela, sea cual fuere, no implicara contenido, extracción y conse­cuencia sociales, su “ser”, ni más ni menos. “Los pobres contra los ricos” es una novela. Pura y simplemente. Toda una no­vela y nada menos que una novela. ¿Qué pre­cisa como tal? ¿Lirismo, caracteres, humanidad, tipología, conflictos, pasión, pensamiento, ímpetu y amplitud vitales... ? Todo nos aturdirá en “Los pobres contra los ricos” que es un orbe cerrado, un mundo sistemáticamente novelesco, un or­den de arte, un principio y un fin, el fin y el principio que puede tener la vida acotada en sus más agudas, trágicas y significativas ma­nifestaciones.
¡Qué exacto título “Los pobres co­ntra los ricos” ! Buen pregón, grito de exten­sas resonancias, proclama de esferas cósmicas casi. Realmente, no hay más que pobres
y ricos. No hay ni buenos y malos, ni conservadores y revolucionarios, ni reli­giosos y ateos, ni negros y blancos. Sólo po­bres y ricos. Lo sabemos bien los que hemos mamado jugos y savia de la verdad humana de los campos. En las sociedades primarias de los pueblos se sabe bien. La di­ferencia es trágicamente irremisible. En las ciudades modernas el dinero se mueve y el ritmo de vida da, a veces, una apariencia ni­veladora. En las aldeas los niños de Tena lo aprenden para toda la vida, y la riqueza y la pobreza siguen siendo referencia primor­dial. Arconada lo ha revelado magistral­mente en el área novelesca.


Algún crítico ha encontrado “feo”
el profundo título de Arconada.
Añoraba seguramente los rótulos
metafóricos o de arcanas trasposiciones


Algún crítico ha encontrado “feo” el profundo título de Arconada. Añoraba segu­ramente los rótulos metafóricos o de ar­canas trasposiciones. Otro crítico dice: “Su pauta la forman los días del cambio de régi­men en un pueblecillo cualquiera, con bo­tica, ayuntamiento, soleada plaza mayor... Pero es igual. Lo mismo podía haber ele­gido, cualquier otro hondo motivo. Porque aquí la novela es un pretexto para decir to­das las cosas que el autor lleva dentro... Y siendo así, ¿cómo va a ser un pretexto el nú­cleo de la novela, lo que es en sí, su “hondo motivo?” Fijémonos: motivo hondo, sin el cual no existiría Arconada como tal nove­lista que nos ocupa; hondo motivo que es toda su razón de ser, ser y razón fundamen­tales. Si una época literarias se caracteriza por su unidad de temas, por su espíritu armó­nico de época, por su sistema global de conceptos, por su homogénea voluntad e im­pulsos creadores, no puede ser lo de me­nos el asunto en sí. ¿Es posible un asunto sin que su elección resalte la dirección vital del escritor? Hemos de entender, claro, por asunto, no la sucesión de hechos vacíos, su­cia espuma; no “lo que pasa”, sino el ner­vio y hueso de la obra, su armazón interna y sustancia, su honda causalidad y motiva­ción...
El arte posee –ya se sabe- pocos gran­des asuntos. La novela, menos. Podría decirse, verbigracia: que el asunto de la no­vela es el hombre, la vida. Y dentro de ella cabe todo. Pero si vamos parcelando, redu­ciendo el enfoque, hallamos que una frase del personaje, una sensación, un atisbo, un destello, son tan asunto como el esquema de acontecimientos, anecdótico, de peripecias.
“Los hechos son como sacos. Si es­tán vacíos no se tiene en pie”, dice Pirande­llo. El asunto, naturalmente, no son los sacos, sino el relleno. O sea, partículas vitales que le confieren valor permanente como en “Los pobres contra los ricos”.
Si Arconada escribe “La turbina” o “Reparto de tierras” no es porque el asunto se le haya deparado ahí en cualquier es­quina.
Toda en la vida y en la novela es el asunto del escritor, el que lleva cada escritor dentro, su temperamento, su personalidad, el mundo y el material de cada escritor. Por que todo es asunto y el asunto es el hombre.
Arconada principia sus capítulos con morosa, gustosa delectación de escritor y descriptor. No llama guarro al sargento, pero el lector siente la náusea. En esto es de un realismo implacable que se enraíza con nuestra más pujante tradición literaria. Sigue las andanzas del palillo del sargento, quien no precisa de más para quedar definitiva­mente retratado. Acaso parezca excesivo re­godeo en la inmundicia; es acierto de tono. Ritmo de prosa lento, a compás con las horas desmesuradas del reloj del cuartel. E inmersión de gran pintor naturalista e impre­sionista, al par, en la atmósfera vis­cosa que respira el sargento. Todo el detalle triste, lo que nos liga a la materia diaria de que nos servimos, se transplanta por Arco­nada. Las de pan, las manchas de grasa, los más humildes enseres caseros, los instru­mentos en que fatalmente se apoya la vida del hombre, descuellan en la narración subra­yando su profundo sentido de eternos compañeros del hombre... Es particular el gusto de Arconada por la descripción de los lugares como pajares, doblados, pane­ras, en consonancia, claro, con la humani­dad que puebla su novela. ¡Cómo canta sin embargo en contraste; mejor dicho, como complemento de un novelista que persigue e incorpora un aire de cabal curso, las auro­ras, los días primaverales, los corazones adolescentes, la risa del pobre... ¡


Ser revolucionario, como Arconada,
es manera de ser romántico y místico.
Ama y odia, y hace amar y odiar.


Probablemente Arconada comienza sus capítulos hablando de los pájaros, de la luz de la pantalla, de los gatos. Es una diva­gador, cronista, ensayista. O habla de los ca­minos largos, de los árboles, de los sueños de las Cenicientas, de las “rectas chime­neas, válvulas por donde escapa la pesadez sentimental de los hogares”. Es un poeta. O de la injusticia social, de la política, de la historia. Es un pensador. Y todo lo trata siempre en su nexo con el hombre. Y siem­pre –comentador, pensador, poeta- es un re­volucionario. Qué fácil es ser revoluciona­rio. ¿El joven es entrometido, audaz, pe­dante? Bien, se hace revolucionario. ¿El no tiene más quehacer que asistir al Ateneo y leer los periódicos? Se compra una corbata roja y se hace revolucionario. ¿No siente la pesadumbre de su destino, una ética, la cons­ciencia de una responsabilidad y una doctrina? Se hace revolucionario. Pero, ¡qué difícil es ser revolucionario! Ser sencilla­mente revolucionario, sin pedantería, sin des­dén, por naturaleza como si dijéramos, sin esfuerzo, sin estridencia. En cada capí­tulo, en cada palabra, ser revolucionario hon­damente, íntegramente...
No sólo las partes del libro, sino los párrafos y aún las frases las construye Arco­nada reduciéndolos a unidad y sis­tema. En esto se aprecia que sabe de mú­sica: en la armonía. Compone piezas armó­nicas. Y emplea también el ritornelo musi­cal, poético, dramático. El motivo se inter­cala, une principio y fin. Esto es de poeta. Se repite el pensamiento central en cuyo de­rredor giran las estrofas, los cantos de la prosa de Arconada. Una prosa poemática, transida de lirismo, con cadencia interna me­dida como un romance, exaltada y recia como un romance...


Todo lo construye Arconada
reduciéndolo a unidad y sistema.
En esto se aprecia que sabe
de música: en la armonía


También es de poeta la pintura del ambiente y del mundo total que se respira. La creación del poeta abarca un completo orbe novelesco. Hay novelistas psicólogos que atienden al curso de la peripecia inter­ior. Y hay novelistas poetas que en el contar integran un sentido cósmico preciso a la no­vela. La potencia lírica de Arconada está siempre presente en “Los pobres contra los ricos”. La naturaleza, el paisaje enmarcan justamente la vida de los hombres.
Arconada aprovecha con mesura ejemplar los adelantos estilísticos, formales. Abunda en imágenes tan insólitas como exactas: “Gritaban los chicos como bece­rros antes de salir al campo”. “Años hermo­sos como un prado”. “Las calles esta­ban blancas como si por la noche hubiera pasado el carro del molino con los costales rotos”. “La murmuración es siem­pre redonda como una camilla de brasero. Todos gustan de sentarse alrededor”. “Un alba suave, salida de los regazos de cristal de esos arroyos donde nunca muere la luz, asomaba su pechuga de cisne”.
En cuanto a afinidades literarias, Ar­conada se nos muestra de difícil entronque. Tres sombras lejanas de influencias y próxi­mas de contemporaneidad se proyectan acaso: Baroja, Azorín, Cansinos-Assen. Bien entendido que él mismo declara: “Me creo próximo a esos nuevos escritores que hay en todo el mundo que, frente al intelec­tualismo especulativo e inútil, ponen su inte­ligencia en las nobles causas de la humanidad. Frente a la torre de marfil, la calle. Frente a lo libresco, lo humano. Na­die debe vivir en las nubes y mucho menos el escritor que tiene una misión colectiva y educadora”.


En cuanto a afinidades literarias,
Arconada se muestra de difícil entron­que.
Acaso tres sombras lejanas de influencias
y próximas de contemporaneidad:
Baroja, Azorín, Cansinos-Assens.


Acomete las escenas con el brío y la violencia de Baroja; únicamente esto, y que Baroja es, en la novelística actual, antece­dente de lo que sea acritud y desgarro. Pero Baroja es deshilachado, caótico. El suyo es un arte de desfile, de pasaje, de esquina con vientos. Una tolvanera de tipos. Mientras que Arconada no abandona sus personajes, no los hace aparecer y desaparecer, sino que los sigue y recoge su último aliento. Remata la concepción novelesca que es un círculo y no una línea sin fin.
Mentamos a Azorín como semejante a Arconada en lentitud descriptiva y amor a las cosas. Empero, no liga nada al escritor convulso y tormentoso –con claridad clá­sica- al otro frío y pequeño filósofo. Arco­nada podría decir “hermana cosa” francis­canamente, como gran amador que es. Quizá el espíritu franciscano sea compatible con el marxismo. Pero esto es resbaladizo...
Arconada no segrega humor como los escritores catalogados y aferrados a la forzosa pirueta, paradoja o caricatura. Es humorista cuando sobriamente lo exige el tema, cuando surge del propio tipo que iro­niza. Sus invectivas son tan certeras como fe­roces. Adecuado ’sarcasmo cuando dice: “Hacen abriguitos de punto para los niños pobres. Piadosos corazones de señoras cris­tianas”.
No podría omitirse alguna considera­ción sobre el genuino léxico de Arconada. No solo su manera de relacionar elementos literarios, sino el desnudo vocablo, su valora­ción de novelista. Escoge las palabras más plásticas. Todos los giros, refranes, ex­presiones típicas rurales de Extremadura y Castilla suenan en su prosa. Sonoridad ro­tunda, sabrosa, de palabra añeja. Es un len­guaje expresivo, clásico y moderno, siem­pre vivo y profundo, con sabor castizo a ga­ñanía, a labranza, a era, con olor a mies y a pan caliente. Argot moderno también de es­quina madrileña.
Hay novelas que necesitan terminar porque se ha cerrado el ciclo novelesco. Hay noveles que pueden continuar. “Los po­bres contra los ricos” ha de acabar forzo­samente agotada la significación exacta y su­ficiente. Pero puede recomenzar cualquier día como la vida misma, como la misma re­volución. Es tan finita como el hombre y su lucha, y tan eterna como el hombre y su lu­cha. Aquí estriba su mérito. Si hay una épica moderna es la de Arconada, y si hay una epopeya moderna es la de “Reparto de tierras”. Los homeros glorificadores de ges­tas se encarnan ahora en los defensores de lo pobre. No hay otra gesta que la diaria, menuda e ingente del pobre contra el rico.
Excelsa propaganda de los pobres. Los clásicos del XVII hacían propaganda de la monarquía y la religión, y “Fuente Ove­juna”, por ejemplo, drama social revolucio­nario, termina sometiéndose al fallo de rey, porque el rey representaba entonces la satis­facción de los anhelos justicieros del pue­blo. O sea, no hemos sido nunca literaria­mente clásicos, fríos y equilibrados, sino ro­mánticos. Ser revolucionario, como Arco­nada, es otra manera de ser romántico y mís­tico. Ama y odia, y hace amar y odiar. Y no importa que topemos con el materia­lismo histórico.
“Los pobres contra los ricos” resalta las sarcásticas contradicciones de los tiem­pos. La República española –historia de las monsergas políticas- es elocuentísima en tales contrasentidos y mudanzas. En cierta clase de política, la menos conforme a la condición del hombre, el tópico arraiga como el terreno propio. Nada supera en efecto cómico a la lectura de un periódico panegirista del rey con motivo de su cum­pleaños, por ejemplo. En este aspecto, mo­narquía y república son valores equivalen­tes.
La última escamoteó por arte de birlibir­loque una revolución, etc. Sin más di­vagaciones nos importa apuntar que el curso del “cambiazo” dado al pueblo –lleno de martingalas y engañifas políticas, que se­rían graciosas si no fuera trágicas- forman la clara y tirante urdimbre de “Los pobres co­ntra los ricos”, que tendrá durante muchos años vigencia de estallante verdad.
Quisiéramos en un rasgo presentar la humanidad de Arconada, su censo nove­lesco. Pero lo que precisa de 286 páginas no cabe aquí. Amancia, Fidel Arroyo, el sar­
gento, su mujer, Cristina; la hija, el guardia Oliveros, Lillo, López, don Nazario, tipo de cristiano que reza a Dios mientras de verdad se encomienda a los fusiles de la guardia civil; Don Policarpo, el boticario (sátira de la vieja literatura; vieja por vacía, inconsistente y caduca, porque lo viejo no define biológicamente, éticamente); Guillermito, mariconcito al servicio de los jesuitas; Pili y el tío Ayuca como una isla, y sus hijos que van sintiendo en su carne, a balazos, la mentira de la democracia republicana y la necesidad de salir a una verdad inmediata y firme sin posible retroceso.
El final es tenso y abarca el redondel de la tierra. Ya el autor había dicho : “La muerte es triste; pero los geranios crecen sobre las panzas, y la juventud mantiene ilusiones. ¡A vivir!” Rotundo punto final de la muerte. Final y recomienzo. Se ha cerrado un ciclo siempre en principio. Murieron. Siempre mueren los hombres. A los muertos se les tapa con cemento de olvido. Son, sin embargo, muertes fecundas. No hay que olvidar a los muertos, lo que más fácilmente se olvida...

(*)El escritor Eusebio García Luengo
fue amigo de Arconada
Valencia: Nueva Cultura 6, agosto/septiembre, 1935
(Las cursivas y negritas las hemos puesto nosotros)


NO HEMOS GUARDADO LAS CURSIVAS NI LAS NIGRITAS SOLO HEMOS MANTENIDO LOS SUMARIOS

TOMADO DE 'CAMINAR COMNOCIENDO' Nº 9 PAGINAS 19, 20, 21 y 22

1 comentario:

María dijo...

Hola!! Muy interesante el artículo. Estoy escribiendo sobre Arconada y me gustaría consultar completo el nº 9 de la revista "Caminar conociendo". ¿Podrías darme alguna indicación?

Gracias!!