LOS RELATOS: QUIÉN ME DIRÁ
por Iswe Letu
"¿Quién me dirá, quién me dirá, // si se ama en el Más Allá?"
Así cantaba el caminante, al parecer... con alegría, con fuerza, con ilusión, con ganas...
--Y... ¿emprendió resuelto la subida? -preguntaron.
--Parece que si, aunque no lo sé. Pero... cuando, por fin, cansado, triste, cabizbajo... como ustedes quieran... desolado... tras una subida en la que se hundía en la arena continuamente... y dando un paso, resbalaba... y dando otros más... caía de bruces... acampó en la cima de la duna, levantó la mirada hacia el Amado; vio el camino cada vez más difícil y lejano... atrayente y repulsivo a la vez... hasta el extremo que le resultó dolorosísimo el contraste.
--¿De dónde nació su dolor? -quisieron averiguar.
--Eso si que es un misterio..., tal vez le daban envidia las albercas, las fuentes y los manantiales..., allá... a lo lejos... ¡tan iluminadas!... ¡tan envueltas en esa luz clarísima!... repugnante... Si, parecían... todas ellas, rodeadas o envueltas de vacío... como si carecieran de aire; y su liquido... su liquido... su líquido asemejaba una leche vana y... angustiosa y contradictoriamente, medio ennegrecida, como... como... como roña de maíz, sí.
--Pero... ¿dónde se hallaba? -inquirieron.
--Estaba, por lo pude colegir, en una heredad ensimismada, brillante y clarísima, que ya he dicho.
--¿Capada de su poder seminal? -afirmaron preguntando.
--Si y no: triste; como el mismo terreno en la que estaba enclavada; misteriosa además; y, para mayor desgracia, atacada, por una especie de cuervos de la más antigua edad; cuyo plumaje era de una negrura infinita; irradiaba ese plumaje una luz ciertamente dolorosa...
--¡Ah!, ¡ya!: resplandecían hacia sí, hacia dentro, como esas pandillas de jóvenes por la calle que, aunque miran al frente, parece que sus ojos están vueltos a sus entrañas, al centro de sus vísceras -iban comprendiendo poco a poco.
--Eso.
--Cuervos parlanchines a los que no se les oía: también lo hacían hacia ellos, ¿no?.
--Eso.
--Y que luego, mezquinos y desalmados, sin compasión para el dolor del viajero, se ocultaban en las semillas desapareciendo por completo como engullidos o camuflados por el agujero seminal.
--Eso. Y aumentaban la dolorosa pena del viajero sus graznidos.
--Y él... ¿qué hizo?
--Decidido, sin esperar a más, y sin preguntarse el por qué de tan intempestivo y extraño comportamiento... por un impulso
emocional, irracional, primario..., como pez en el agua se deslizó duna abajo.
--¿Se fue a enfrentarse? -interrogaron sorprendidos.
--Por supuesto y... valientemente... como se ha podido deducir... sin importarle nada... a esa negrura infinita que intuía fatal, no sólo para él...; y cuando logró extender la mano y cerrarla en un puño...
--¿Fue sólo un simple ademán? -la pregunta indicaba desilusión.
--No, no, no: inició su advertencia... seriamente... con todos los ingredientes que conlleva una amenaza... a los negros bicharracos... Pero sorprendido por su ausencia...
--¡Qué bobada! no sé por qué se sorprendió, si, como había visto... quedaban escondidos, engullidos o camuflados... -fue una exclamación espontánea.
--Lo cierto es que, asustado ante esa ausencia, ante ese vacío, ante esa nada, -pues nada parecían esos cuervos invisibles- ante esa nada que se ocultaba, manoteó desesperadamente, doblándose su talle, como caña de maíz...
--¿Murió?
--Creo que llevaba muriendo desde que emprendió la subida...
--¡Otra estupidez!... ¡claro!... ¡desde que nació!... ¡como todos!
--Ahí es donde radica, creo yo, su valentía: en su conciencia. Cantaré por el caminante sin alegría, sin fuerza, sin ilusión, sin ganas: "¿Quién nos dirá, quién nos dirá, // si se ama en el Más Allá?."
Así cantaba el caminante, al parecer... con alegría, con fuerza, con ilusión, con ganas...
--Y... ¿emprendió resuelto la subida? -preguntaron.
--Parece que si, aunque no lo sé. Pero... cuando, por fin, cansado, triste, cabizbajo... como ustedes quieran... desolado... tras una subida en la que se hundía en la arena continuamente... y dando un paso, resbalaba... y dando otros más... caía de bruces... acampó en la cima de la duna, levantó la mirada hacia el Amado; vio el camino cada vez más difícil y lejano... atrayente y repulsivo a la vez... hasta el extremo que le resultó dolorosísimo el contraste.
--¿De dónde nació su dolor? -quisieron averiguar.
--Eso si que es un misterio..., tal vez le daban envidia las albercas, las fuentes y los manantiales..., allá... a lo lejos... ¡tan iluminadas!... ¡tan envueltas en esa luz clarísima!... repugnante... Si, parecían... todas ellas, rodeadas o envueltas de vacío... como si carecieran de aire; y su liquido... su liquido... su líquido asemejaba una leche vana y... angustiosa y contradictoriamente, medio ennegrecida, como... como... como roña de maíz, sí.
--Pero... ¿dónde se hallaba? -inquirieron.
--Estaba, por lo pude colegir, en una heredad ensimismada, brillante y clarísima, que ya he dicho.
--¿Capada de su poder seminal? -afirmaron preguntando.
--Si y no: triste; como el mismo terreno en la que estaba enclavada; misteriosa además; y, para mayor desgracia, atacada, por una especie de cuervos de la más antigua edad; cuyo plumaje era de una negrura infinita; irradiaba ese plumaje una luz ciertamente dolorosa...
--¡Ah!, ¡ya!: resplandecían hacia sí, hacia dentro, como esas pandillas de jóvenes por la calle que, aunque miran al frente, parece que sus ojos están vueltos a sus entrañas, al centro de sus vísceras -iban comprendiendo poco a poco.
--Eso.
--Cuervos parlanchines a los que no se les oía: también lo hacían hacia ellos, ¿no?.
--Eso.
--Y que luego, mezquinos y desalmados, sin compasión para el dolor del viajero, se ocultaban en las semillas desapareciendo por completo como engullidos o camuflados por el agujero seminal.
--Eso. Y aumentaban la dolorosa pena del viajero sus graznidos.
--Y él... ¿qué hizo?
--Decidido, sin esperar a más, y sin preguntarse el por qué de tan intempestivo y extraño comportamiento... por un impulso
emocional, irracional, primario..., como pez en el agua se deslizó duna abajo.
--¿Se fue a enfrentarse? -interrogaron sorprendidos.
--Por supuesto y... valientemente... como se ha podido deducir... sin importarle nada... a esa negrura infinita que intuía fatal, no sólo para él...; y cuando logró extender la mano y cerrarla en un puño...
--¿Fue sólo un simple ademán? -la pregunta indicaba desilusión.
--No, no, no: inició su advertencia... seriamente... con todos los ingredientes que conlleva una amenaza... a los negros bicharracos... Pero sorprendido por su ausencia...
--¡Qué bobada! no sé por qué se sorprendió, si, como había visto... quedaban escondidos, engullidos o camuflados... -fue una exclamación espontánea.
--Lo cierto es que, asustado ante esa ausencia, ante ese vacío, ante esa nada, -pues nada parecían esos cuervos invisibles- ante esa nada que se ocultaba, manoteó desesperadamente, doblándose su talle, como caña de maíz...
--¿Murió?
--Creo que llevaba muriendo desde que emprendió la subida...
--¡Otra estupidez!... ¡claro!... ¡desde que nació!... ¡como todos!
--Ahí es donde radica, creo yo, su valentía: en su conciencia. Cantaré por el caminante sin alegría, sin fuerza, sin ilusión, sin ganas: "¿Quién nos dirá, quién nos dirá, // si se ama en el Más Allá?."
RELATO DE LAS PÁGINAS DE 'CAMINAR CONOCIENDO' 39 y 40 DEL Nº 9
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