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MESTIZAJE Y DISCRIMINACIÓN
RACIAL EN COLOMBIA
Por Germán Mora Ayala
Es paradójico que el continente, con la mezcla étnica mayor del mundo, padezca de segregación racial. Desde la independencia, América Latina ha creado un orden y una escala jerárquica en la cual los grupos menos favorecidos han sido los negros y los indígenas.
A través del caso colombiano, que vamos a tomar por referencia en estas líneas que siguen, queremos llamar la atención de la segregación racial a que se han visto sometidas ambas minorías.
Colombia, como muchos países de América Latina, está orgullosa de sus orígenes mestizos. Y en torno al ‘mestizaje’ ha construido una identidad y una nacionalidad.
Pero el término guarda mucha ambigüedad, aunque parezca vocablo integrador en el cual las diferentes minorías encuentran un espacio común para compartir su acervo cultural. Y, aunque la palabra nos haga pensar en el crisol de razas y en la convivencia de diferentes grupos étnicos que existen a lo largo y ancho de Colombia, nada hay más lejano a la realidad tangible y pragmática.
‘Mestizaje’ es término político populista que ha sido usado por las élites del poder en Colombia, Venezuela y Méjico para mantener el statu quo. Acapara una imagen nacional y social de colectividad en la que se integran tradiciones y valores de dos culturas: la española, europea y blanca; y la indígena, oriunda y de pigmentación cobriza.
Pero en realidad se trata de una imagen de conveniencia política que pretende dos operaciones: una, interior, que sirve como bálsamo para aplacar necesidades y exigencias de las minorías étnicas en Colombia; la otra, exterior; en ella, las élites, que detentan el poder, pretenden presentar al mundo un país en el que las diferentes razas y minorías étnicas conviven sin ningún problema o prejuicio racial.
Según el sociólogo y antropólogo americano Peter Wade, el proceso de mestizaje en Colombia, al contrario de lo que se da por hecho, no significa integración e incorporación de los valores y costumbres de las diferentes culturas que pueblan el país. En su libro “Blacknees and Race Mixture”, con una mirada aguda, penetrante, -sustentada (todo hay que decirlo) en investigaciones históricas, de archivo y de trabajo de campo- nos demuestra que, el ‘mestizaje’, en vez de integrar diversas sociedades y razas que habitan Colombia, lo que hace es equiparar o nivelar los valores mestizos a los de la raza blanca; si se nos permite la traducción literal del término empleado por Wade: lo que hace la ideología mestiza es blanquearse. Nuestro hombre se mueve entre conceptos y métodos pertenecientes a la escuela multiculturalista norteamericana, sirviéndose de esas herramientas teóricas conjugadas con una labor empírica, llevada a cabo entre poblaciones de negros que habitan zonas rurales y medios urbanos, muestra que el discurso mestizo en Colombia ha confinado a indígenas y negros. Para él antropólogo yanqui el mestizo se ha apropiado del discurso de nacionalidad e identidad colombianos.
Este proceso de apropiación de la identidad nacional tiene raíces históricas, por eso Wade hizo una investigación de etnohistoria que incluyó, en su recuento, el trabajo minucioso del archivo histórico. Guiado por los métodos Michel Foucault (como gran parte de los investigadores del multiculturalismo) se encontró con documentos ante los que los historiadores colombianos hicieron la vista gorda. En estos documentos descubrió que, durante la época de la colonia, una población numerosa de mestizos compró el certificado de Raza Blanca. Era una manera de legitimarse adquiriendo abolengo y posición. Hecho que ha sido corroborado por Eduardo Galeano a lo largo de su obra; lo cita en “Memoria del fuego” y entrevistas que ha concedido a la prensa.
Aunque Galeano, en su manera de escribir y pensar, aplique las imágenes y las teorías de la narrativa; y Wade, como antropólogo e investigador, use los conceptos y métodos de las ciencias sociales; ambos se han encontrado con la misma piedra, que ha sido un obstáculo impuesto por una ideología mestiza que sofocó a las voces indígenas y africanas para apropiarse el discurso de construcción nacional.
El discurso mestizo, que integró los valores de la raza blanca, se inició ya durante la época colonial pero alcanzó su mayor proyección social e ideológica tras el triunfo de la revolución mejicana. Su mayor ideólogo fue José de Vasconcelos; en su libro “La raza cósmica” daba al mestizo, descendiente de españoles e indios, el valor de la raza universal que llevaba en su sangre lo mejor del europeo sumado a la fortaleza y resistencia física del indígena americano. Se podría decir que la euforia conceptual de Vasconcelos, al encontrar el término de raza cósmica, le alejó del rigor histórico y social para llevarlo a una visión utópica donde el mestizo latinoamericano parecía un superhombre.’
’El triunfo de la revolución mejicana, la difusión de las ideas de Vasconcelos, permitieron la aceptación de la cultura y las tradiciones indígenas a lo largo y ancho de América Latina. Como respuesta a esa apertura de ideas y esperanzas que supuso la revolución en su momento, surgió el ‘indigenismo’ en la novela y el ensayo. Fue necesario en el instante en que se necesitaba solidificar las bases de la construcción de una nacionalidad y una idiosincrasia que aglutinase los elementos dispersos de diferentes sociedades y razas que pueblan América Latina. Es lo que Gilles Deleuse denominó, con tanta lucidez, la “invención de un pueblo”.
A partir de la revolución mejicana y la difusión de las ideas de Vasconcelos, la cultura indígena cobró protagonismo dentro del proceso histórico americano. Novelistas como Fernando Alegría en Perú, Jorge Icaza en Ecuador y Alcides Arguedas en Bolivia, de la misma manera que el ensayista Mariátegui en el Perú incorporarán el indigenismo dentro de su obra para construir su identidad nacional. En ese momento de transición político social del continente iberoamericano se necesitaba una ideología que unificase etnias y culturas que habían estado marginadas de la vida nacional. Al reivindicar el mundo aborigen se entona un mea culpa, porque la historia recordaba a los intelectuales que el indio desde la conquista lo único que había recibido era la extinción y la masacre. Y esta memoria de extinción y mea culpa llevó a la teoría indigenista por caminos del victimismo.
Si bien es cierto que, a partir de la revolución mejicana y la difusión de las ideas de Vasconcelos, la cultura indígena cobró protagonismo dentro del proceso histórico americano y comenzó a recibir atención por parte de los gobiernos, no fue suficiente; pues el discurso del indio pasa por una criba que lo adaptó a las necesidades de la ideología mayoritaria ejercida por el poder económico y social del blanco y mestizo descendientes de europeos.
No hay que ocultar tampoco que se crearon instituciones que apoyaron económicamente al indio: institutos de Antropología para preservar y difundir su cultura; se comenzaron a realizar trabajos de campo por antropólogos bien formados; y se inició la publicación de estudios rigurosos sobre la sociedad y la historia indígenas. Pero, ésta labor de recuperación, aunque estuvo llena de buena intenciones, en el plano pragmático, no llegó a cuajar en los dos aspectos más necesarios: proporcionar unas condiciones materiales de vida dignas; y concienciar a la masa mayoritaria de mestizos para que aceptaran al indio sin prejuicios.
En Colombia, la aceptación de los valores y tradiciones indígenas, llegaron tarde, porque desde el principio el principio del nacimiento de la joven nación, el mestizo protagonizó la idea de colectividad.
Si los indígenas tuvieron que ver pasar más de tres siglos para que se aceptase su idiosincrasia, los negros lo tuvieron todavía peor. Dice Wade que ni en los textos de historia colombiana, ni en el imaginario colectivo de sus habitantes existe el negro. Sucede algo parecido a lo que cuenta el novelista afronorteamericano, Ralph Ellison, en su novela “El hombre invisible”: el personaje, que es un negro, se siente invisible pues nadie le quiere mirar; y si acaso le mira alguien por la calle le ignora o aparta la vista borrándolo de su imaginación como si fuera un accidente visual.
A partir de 1940 se comenzó a aceptar y valorar al indígena como una de las culturas que conformaron la nación colombiana. Prueba de ello fue la creación del Instituto Indígena. El negro, en cambio, tuvo que espera hasta la década de los sesenta para empezar a ser reconocido. Hasta antes de esos años no existía en los estudios teóricos y mucho menos en la conciencia colectiva e histórica que estaba protagonizada por el mestizo quien, junto con el blanco de origen europeo, creó un baremo social y una estructura jerárquica de castas donde el negro era lo más ínfimo, aún por debajo del indio.
Un ejemplo de ello es que, a pesar de ser Colombia un crisol de razas y de poseer tres estupendas facultades de Antropología, los etnólogos e investigadores han ignorado a las grandes masas de negros que habitan las costas del Atlántico y del Pacífico, así como en núcleos urbanos radicados en Medellín, Barranquilla y Cartagena de Indias. La prueba la dio el pionero de estudios raciales y afroamericanos en Colombia, Nina Friedman, proporcionando una cifra espeluznante del favoritismo que acaparan los estudios sobre ‘mestizaje’ o sobre indígenas: de 270 antropólogos que se graduaron a lo largo de 10 años, solamente 5 de ellos dedicaron su estudio a culturas y tradiciones afroamericanas.
Durante los años sesenta, Nina Friedman y el escritor afroamericano, Manuel Zapata Olivella, iniciaron una noble tarea de reivindicación de la cultura negra: Nina Friedman, con sus rigurosos trabajos de campo; y Zapata Olivella, a través de sus novelas, como de sus trabajos recopilatorios del folklore, danzas, mitos y costumbres.
Colombia ha tardado en digerir y aceptar la cultura negra. Y tuvieron que ser la influencia de la revolución cubana y la independencia de las últimas colonias de Francia e Inglaterra en África, los dos acontecimientos políticos que despertaron la conciencia de sus artistas, escritores e intelectuales. A estos dos hechos se sumó otro: el surgimiento de una teoría de la liberación y una filosofía de la resistencia encabezada por Frantz Fanon, pensador afroamericano nacido en Martinica, que con su importantísimo libro “Los condenados de la tierra”, influyó a los sociólogos, filósofos e intelectuales del tercer mundo.’
’Tanto Friedman, como Zapata Olivella comenzaron a gestar su obra bajo la atmósfera creada por las ideas de Fanon; fue tal la importancia de sus análisis y conceptos sobre la colonización política y cultural que, hasta Jean Paul Sartre, participó en este debate, para alabar la calidad e importancia de la filosofía de Fanon.
En los últimos años en Colombia se han comenzado a realizar trabajos de campo e investigaciones profundas sobre los afrocolombianos, como el magistral libro de Orlando Fals Borda sobre la etnohistoria del Caribe colombiano titulado “Historia doble de la costa: de Mompox y Loba”; empero este tipo de estudios se comenzaron a hacer demasiado tarde en comparación a Brasil, Cuba y algunos países del Caribe. Por ejemplo en 1931 en Brasil se publicó un hermoso y riguroso libro sobre los negros “Casa grande y sensata”, escrito por uno de los sociólogos y ensayistas más importantes que ha dado América Latina, Gilberto Freyre.
En Cuba, Alejo Carpentier, entre 1930 y 1940, realizó una importantísima investigación sobre la influencia africana en el Caribe. El fruto de su arduo y solitario trabajo dio como resultado dos novelas y un hermoso libro sobre el folclore cubano. La novela “El reino de este mundo” el ensayo teórico sobre el folclore “La música en Cuba” reivindicaban el papel del negro como uno de los protagonistas de la Historia de América Latina. En “El reino de este mundo” narraba el papel de los africanos en la independencia del continente, y en “La música en Cuba” hablaba de su importancia fundamental en la creación de la música y el folclore cubanos.
Los libros de Friedman, Zapata Olivella y Fals Borda son como un oasis en medio del desierto creado por la ideología mestiza; ideología que, como sus dunas y planicies de arena, ha sepultado las voces negras e indígenas de Colombia para apropiarse del discurso y la construcción de la nación colombiana. En Colombia, Venezuela y otros países del continente americano el negro ha representado un papel fundamental en la conformación del carácter y la cultura patria y en la lucha de resistencia contra el colonialismo español; pero también en la comida y en la música; el gusto por el baile ha sido legado que dejó África; y más allá de estas dos últimas características –burdos estereotipos con que se suele definir al africano, como si sólo sirviera para hacer música y danza- puede que la raza negra haya sido la que más trabajó durante le época colonial. Entonces el imperio español prefería tener al indígena como tributario y al negro como mano de obra en las minas y en las plantaciones, ya que de las tres razas que formaron Colombia era la que más riqueza producía gracias a su trabajo.
Igualmente representó un importantísimo papel en la lucha por la independencia colombiana. Hay que recordar que en Colombia, como en Brasil y en muchos países del Caribe los primeros brotes de la independencia fueron protagonizados por los afroamericanos que se fugaban de las plantaciones y las minas para crear comunas independientes en las zonas selváticas, en Brasil a estas comunas se les llamaba ‘quilombos’ y en Colombia ‘palenques’.
El discurso mestizo ha sepultado al negro, le ha usurpado su importantísimo papel en las etapas de la historia de Colombia: por ejemplo, la independencia, por un golpe de varita mágica de los historiadores, ha sido acreditada a los descendientes de europeos y mestizos, cuando en realidad el famoso 20 de julio de 1810 fue aprovechado por los criollos para proclamar la independencia en un momento en que España estaba invadida y sometida por las tropas de Napoleón.
Colombia debe reconciliarse con su parte africana; la labor ha comenzado tarde; pero ha comenzado gracias a Friedman, Zapata Olivella, Fals Borda y últimamente al británico Peter Wade, que con su brillante libro ha incorporado las investigaciones precedentes aparte de ofrecer nuevas hipótesis, se ha logrado dar un paso muy importante para mirar ese abismo de sombra donde se ha confinado al negro. Puede que gracias a estos autores y sus investigaciones, la historiografía como la cultura oficial colombiana levanten la manta que le han tendido a la herencia africana.
La aceptación de la importancia del negro en la construcción de Colombia es la asignatura pendiente de la historia; y no bastan las buenas intenciones como se hizo recientemente en la redacción de la nueva constitución de Colombia donde se reconocen los derechos de la minoría afrocolombiana, sino que se trata de construir una nueva historiografía en la que exista una nueva conciencia que permita cerrar las heridas de un país que vive en guerra civil perpetua, porque no ha sabido conciliar las diferencias entre hermanos que comparten un mismo espacio social, geográfico e histórico.
Bibliografía general:
Alejo Carpentier: “El reino de este mundo”. Editorial Bruguera, Barcelona, 1978; Alejo Carpentier:”La música en Cuba”. Editorial Fondo de Cultura Económica, Méjico DF, 1981; Gilles Deleuse: “Critique et Clinique”. Editions Minuit, 1999, París; Raph Ellison: “El hombre invisible”. Editorial Lumen, 1984. 2ª edición. Barcelona; Orlando Fals Borda: “Historia doble de la costa: De Mompox y Loba”. Carlos Valencia Editores, 1985. Bogotá DE. Colombia; Frantz Fanon: “Los condenados de la tierra”. Editorial Txalaparta. Nafarroa Navarra. 1ª edición 1999; Gilberto Freyre: “Casa grande y Sensata”. Editorial Ayacucho. Caracas, Venezuela, 1986; Eduardo Galeano: “Memoria del Fuego”. Libro 1º Los nacimientos (1982). Libro 2º Las caras y las máscaras (1984). Libro 3º El siglo del viento. Siglo XXI Editores, Madrid; Peter Wade: “Blanquees and RACE Mixture: The Dynamics of Racial identity in Colombia”. The John Hopking University; Manuel Zapata Olivella: “Chambacú corral de negros”. Editorial Bedout. 1976. Bogotá DE. Colombia; Manuel Zapata Olivella: “Changó el gran putas”. Editorial Oveja Negra, 1984. Bogotá DE. Colombia.
RACIAL EN COLOMBIA
Por Germán Mora Ayala
Es paradójico que el continente, con la mezcla étnica mayor del mundo, padezca de segregación racial. Desde la independencia, América Latina ha creado un orden y una escala jerárquica en la cual los grupos menos favorecidos han sido los negros y los indígenas.
A través del caso colombiano, que vamos a tomar por referencia en estas líneas que siguen, queremos llamar la atención de la segregación racial a que se han visto sometidas ambas minorías.
Colombia, como muchos países de América Latina, está orgullosa de sus orígenes mestizos. Y en torno al ‘mestizaje’ ha construido una identidad y una nacionalidad.
Pero el término guarda mucha ambigüedad, aunque parezca vocablo integrador en el cual las diferentes minorías encuentran un espacio común para compartir su acervo cultural. Y, aunque la palabra nos haga pensar en el crisol de razas y en la convivencia de diferentes grupos étnicos que existen a lo largo y ancho de Colombia, nada hay más lejano a la realidad tangible y pragmática.
‘Mestizaje’ es término político populista que ha sido usado por las élites del poder en Colombia, Venezuela y Méjico para mantener el statu quo. Acapara una imagen nacional y social de colectividad en la que se integran tradiciones y valores de dos culturas: la española, europea y blanca; y la indígena, oriunda y de pigmentación cobriza.
Pero en realidad se trata de una imagen de conveniencia política que pretende dos operaciones: una, interior, que sirve como bálsamo para aplacar necesidades y exigencias de las minorías étnicas en Colombia; la otra, exterior; en ella, las élites, que detentan el poder, pretenden presentar al mundo un país en el que las diferentes razas y minorías étnicas conviven sin ningún problema o prejuicio racial.
Según el sociólogo y antropólogo americano Peter Wade, el proceso de mestizaje en Colombia, al contrario de lo que se da por hecho, no significa integración e incorporación de los valores y costumbres de las diferentes culturas que pueblan el país. En su libro “Blacknees and Race Mixture”, con una mirada aguda, penetrante, -sustentada (todo hay que decirlo) en investigaciones históricas, de archivo y de trabajo de campo- nos demuestra que, el ‘mestizaje’, en vez de integrar diversas sociedades y razas que habitan Colombia, lo que hace es equiparar o nivelar los valores mestizos a los de la raza blanca; si se nos permite la traducción literal del término empleado por Wade: lo que hace la ideología mestiza es blanquearse. Nuestro hombre se mueve entre conceptos y métodos pertenecientes a la escuela multiculturalista norteamericana, sirviéndose de esas herramientas teóricas conjugadas con una labor empírica, llevada a cabo entre poblaciones de negros que habitan zonas rurales y medios urbanos, muestra que el discurso mestizo en Colombia ha confinado a indígenas y negros. Para él antropólogo yanqui el mestizo se ha apropiado del discurso de nacionalidad e identidad colombianos.
Este proceso de apropiación de la identidad nacional tiene raíces históricas, por eso Wade hizo una investigación de etnohistoria que incluyó, en su recuento, el trabajo minucioso del archivo histórico. Guiado por los métodos Michel Foucault (como gran parte de los investigadores del multiculturalismo) se encontró con documentos ante los que los historiadores colombianos hicieron la vista gorda. En estos documentos descubrió que, durante la época de la colonia, una población numerosa de mestizos compró el certificado de Raza Blanca. Era una manera de legitimarse adquiriendo abolengo y posición. Hecho que ha sido corroborado por Eduardo Galeano a lo largo de su obra; lo cita en “Memoria del fuego” y entrevistas que ha concedido a la prensa.
Aunque Galeano, en su manera de escribir y pensar, aplique las imágenes y las teorías de la narrativa; y Wade, como antropólogo e investigador, use los conceptos y métodos de las ciencias sociales; ambos se han encontrado con la misma piedra, que ha sido un obstáculo impuesto por una ideología mestiza que sofocó a las voces indígenas y africanas para apropiarse el discurso de construcción nacional.
El discurso mestizo, que integró los valores de la raza blanca, se inició ya durante la época colonial pero alcanzó su mayor proyección social e ideológica tras el triunfo de la revolución mejicana. Su mayor ideólogo fue José de Vasconcelos; en su libro “La raza cósmica” daba al mestizo, descendiente de españoles e indios, el valor de la raza universal que llevaba en su sangre lo mejor del europeo sumado a la fortaleza y resistencia física del indígena americano. Se podría decir que la euforia conceptual de Vasconcelos, al encontrar el término de raza cósmica, le alejó del rigor histórico y social para llevarlo a una visión utópica donde el mestizo latinoamericano parecía un superhombre.’
’El triunfo de la revolución mejicana, la difusión de las ideas de Vasconcelos, permitieron la aceptación de la cultura y las tradiciones indígenas a lo largo y ancho de América Latina. Como respuesta a esa apertura de ideas y esperanzas que supuso la revolución en su momento, surgió el ‘indigenismo’ en la novela y el ensayo. Fue necesario en el instante en que se necesitaba solidificar las bases de la construcción de una nacionalidad y una idiosincrasia que aglutinase los elementos dispersos de diferentes sociedades y razas que pueblan América Latina. Es lo que Gilles Deleuse denominó, con tanta lucidez, la “invención de un pueblo”.
A partir de la revolución mejicana y la difusión de las ideas de Vasconcelos, la cultura indígena cobró protagonismo dentro del proceso histórico americano. Novelistas como Fernando Alegría en Perú, Jorge Icaza en Ecuador y Alcides Arguedas en Bolivia, de la misma manera que el ensayista Mariátegui en el Perú incorporarán el indigenismo dentro de su obra para construir su identidad nacional. En ese momento de transición político social del continente iberoamericano se necesitaba una ideología que unificase etnias y culturas que habían estado marginadas de la vida nacional. Al reivindicar el mundo aborigen se entona un mea culpa, porque la historia recordaba a los intelectuales que el indio desde la conquista lo único que había recibido era la extinción y la masacre. Y esta memoria de extinción y mea culpa llevó a la teoría indigenista por caminos del victimismo.
Si bien es cierto que, a partir de la revolución mejicana y la difusión de las ideas de Vasconcelos, la cultura indígena cobró protagonismo dentro del proceso histórico americano y comenzó a recibir atención por parte de los gobiernos, no fue suficiente; pues el discurso del indio pasa por una criba que lo adaptó a las necesidades de la ideología mayoritaria ejercida por el poder económico y social del blanco y mestizo descendientes de europeos.
No hay que ocultar tampoco que se crearon instituciones que apoyaron económicamente al indio: institutos de Antropología para preservar y difundir su cultura; se comenzaron a realizar trabajos de campo por antropólogos bien formados; y se inició la publicación de estudios rigurosos sobre la sociedad y la historia indígenas. Pero, ésta labor de recuperación, aunque estuvo llena de buena intenciones, en el plano pragmático, no llegó a cuajar en los dos aspectos más necesarios: proporcionar unas condiciones materiales de vida dignas; y concienciar a la masa mayoritaria de mestizos para que aceptaran al indio sin prejuicios.
En Colombia, la aceptación de los valores y tradiciones indígenas, llegaron tarde, porque desde el principio el principio del nacimiento de la joven nación, el mestizo protagonizó la idea de colectividad.
Si los indígenas tuvieron que ver pasar más de tres siglos para que se aceptase su idiosincrasia, los negros lo tuvieron todavía peor. Dice Wade que ni en los textos de historia colombiana, ni en el imaginario colectivo de sus habitantes existe el negro. Sucede algo parecido a lo que cuenta el novelista afronorteamericano, Ralph Ellison, en su novela “El hombre invisible”: el personaje, que es un negro, se siente invisible pues nadie le quiere mirar; y si acaso le mira alguien por la calle le ignora o aparta la vista borrándolo de su imaginación como si fuera un accidente visual.
A partir de 1940 se comenzó a aceptar y valorar al indígena como una de las culturas que conformaron la nación colombiana. Prueba de ello fue la creación del Instituto Indígena. El negro, en cambio, tuvo que espera hasta la década de los sesenta para empezar a ser reconocido. Hasta antes de esos años no existía en los estudios teóricos y mucho menos en la conciencia colectiva e histórica que estaba protagonizada por el mestizo quien, junto con el blanco de origen europeo, creó un baremo social y una estructura jerárquica de castas donde el negro era lo más ínfimo, aún por debajo del indio.
Un ejemplo de ello es que, a pesar de ser Colombia un crisol de razas y de poseer tres estupendas facultades de Antropología, los etnólogos e investigadores han ignorado a las grandes masas de negros que habitan las costas del Atlántico y del Pacífico, así como en núcleos urbanos radicados en Medellín, Barranquilla y Cartagena de Indias. La prueba la dio el pionero de estudios raciales y afroamericanos en Colombia, Nina Friedman, proporcionando una cifra espeluznante del favoritismo que acaparan los estudios sobre ‘mestizaje’ o sobre indígenas: de 270 antropólogos que se graduaron a lo largo de 10 años, solamente 5 de ellos dedicaron su estudio a culturas y tradiciones afroamericanas.
Durante los años sesenta, Nina Friedman y el escritor afroamericano, Manuel Zapata Olivella, iniciaron una noble tarea de reivindicación de la cultura negra: Nina Friedman, con sus rigurosos trabajos de campo; y Zapata Olivella, a través de sus novelas, como de sus trabajos recopilatorios del folklore, danzas, mitos y costumbres.
Colombia ha tardado en digerir y aceptar la cultura negra. Y tuvieron que ser la influencia de la revolución cubana y la independencia de las últimas colonias de Francia e Inglaterra en África, los dos acontecimientos políticos que despertaron la conciencia de sus artistas, escritores e intelectuales. A estos dos hechos se sumó otro: el surgimiento de una teoría de la liberación y una filosofía de la resistencia encabezada por Frantz Fanon, pensador afroamericano nacido en Martinica, que con su importantísimo libro “Los condenados de la tierra”, influyó a los sociólogos, filósofos e intelectuales del tercer mundo.’
’Tanto Friedman, como Zapata Olivella comenzaron a gestar su obra bajo la atmósfera creada por las ideas de Fanon; fue tal la importancia de sus análisis y conceptos sobre la colonización política y cultural que, hasta Jean Paul Sartre, participó en este debate, para alabar la calidad e importancia de la filosofía de Fanon.
En los últimos años en Colombia se han comenzado a realizar trabajos de campo e investigaciones profundas sobre los afrocolombianos, como el magistral libro de Orlando Fals Borda sobre la etnohistoria del Caribe colombiano titulado “Historia doble de la costa: de Mompox y Loba”; empero este tipo de estudios se comenzaron a hacer demasiado tarde en comparación a Brasil, Cuba y algunos países del Caribe. Por ejemplo en 1931 en Brasil se publicó un hermoso y riguroso libro sobre los negros “Casa grande y sensata”, escrito por uno de los sociólogos y ensayistas más importantes que ha dado América Latina, Gilberto Freyre.
En Cuba, Alejo Carpentier, entre 1930 y 1940, realizó una importantísima investigación sobre la influencia africana en el Caribe. El fruto de su arduo y solitario trabajo dio como resultado dos novelas y un hermoso libro sobre el folclore cubano. La novela “El reino de este mundo” el ensayo teórico sobre el folclore “La música en Cuba” reivindicaban el papel del negro como uno de los protagonistas de la Historia de América Latina. En “El reino de este mundo” narraba el papel de los africanos en la independencia del continente, y en “La música en Cuba” hablaba de su importancia fundamental en la creación de la música y el folclore cubanos.
Los libros de Friedman, Zapata Olivella y Fals Borda son como un oasis en medio del desierto creado por la ideología mestiza; ideología que, como sus dunas y planicies de arena, ha sepultado las voces negras e indígenas de Colombia para apropiarse del discurso y la construcción de la nación colombiana. En Colombia, Venezuela y otros países del continente americano el negro ha representado un papel fundamental en la conformación del carácter y la cultura patria y en la lucha de resistencia contra el colonialismo español; pero también en la comida y en la música; el gusto por el baile ha sido legado que dejó África; y más allá de estas dos últimas características –burdos estereotipos con que se suele definir al africano, como si sólo sirviera para hacer música y danza- puede que la raza negra haya sido la que más trabajó durante le época colonial. Entonces el imperio español prefería tener al indígena como tributario y al negro como mano de obra en las minas y en las plantaciones, ya que de las tres razas que formaron Colombia era la que más riqueza producía gracias a su trabajo.
Igualmente representó un importantísimo papel en la lucha por la independencia colombiana. Hay que recordar que en Colombia, como en Brasil y en muchos países del Caribe los primeros brotes de la independencia fueron protagonizados por los afroamericanos que se fugaban de las plantaciones y las minas para crear comunas independientes en las zonas selváticas, en Brasil a estas comunas se les llamaba ‘quilombos’ y en Colombia ‘palenques’.
El discurso mestizo ha sepultado al negro, le ha usurpado su importantísimo papel en las etapas de la historia de Colombia: por ejemplo, la independencia, por un golpe de varita mágica de los historiadores, ha sido acreditada a los descendientes de europeos y mestizos, cuando en realidad el famoso 20 de julio de 1810 fue aprovechado por los criollos para proclamar la independencia en un momento en que España estaba invadida y sometida por las tropas de Napoleón.
Colombia debe reconciliarse con su parte africana; la labor ha comenzado tarde; pero ha comenzado gracias a Friedman, Zapata Olivella, Fals Borda y últimamente al británico Peter Wade, que con su brillante libro ha incorporado las investigaciones precedentes aparte de ofrecer nuevas hipótesis, se ha logrado dar un paso muy importante para mirar ese abismo de sombra donde se ha confinado al negro. Puede que gracias a estos autores y sus investigaciones, la historiografía como la cultura oficial colombiana levanten la manta que le han tendido a la herencia africana.
La aceptación de la importancia del negro en la construcción de Colombia es la asignatura pendiente de la historia; y no bastan las buenas intenciones como se hizo recientemente en la redacción de la nueva constitución de Colombia donde se reconocen los derechos de la minoría afrocolombiana, sino que se trata de construir una nueva historiografía en la que exista una nueva conciencia que permita cerrar las heridas de un país que vive en guerra civil perpetua, porque no ha sabido conciliar las diferencias entre hermanos que comparten un mismo espacio social, geográfico e histórico.
Bibliografía general:
Alejo Carpentier: “El reino de este mundo”. Editorial Bruguera, Barcelona, 1978; Alejo Carpentier:”La música en Cuba”. Editorial Fondo de Cultura Económica, Méjico DF, 1981; Gilles Deleuse: “Critique et Clinique”. Editions Minuit, 1999, París; Raph Ellison: “El hombre invisible”. Editorial Lumen, 1984. 2ª edición. Barcelona; Orlando Fals Borda: “Historia doble de la costa: De Mompox y Loba”. Carlos Valencia Editores, 1985. Bogotá DE. Colombia; Frantz Fanon: “Los condenados de la tierra”. Editorial Txalaparta. Nafarroa Navarra. 1ª edición 1999; Gilberto Freyre: “Casa grande y Sensata”. Editorial Ayacucho. Caracas, Venezuela, 1986; Eduardo Galeano: “Memoria del Fuego”. Libro 1º Los nacimientos (1982). Libro 2º Las caras y las máscaras (1984). Libro 3º El siglo del viento. Siglo XXI Editores, Madrid; Peter Wade: “Blanquees and RACE Mixture: The Dynamics of Racial identity in Colombia”. The John Hopking University; Manuel Zapata Olivella: “Chambacú corral de negros”. Editorial Bedout. 1976. Bogotá DE. Colombia; Manuel Zapata Olivella: “Changó el gran putas”. Editorial Oveja Negra, 1984. Bogotá DE. Colombia.
(LEIDO EN PÁGINAS 48, 49 y 50 DEL Nº 9 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO')
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