UN NOVELISTA SOCIAL
Por Eusebio García Luengo*
La gente no se ha enterado de que se ha escrito “Los pobres contra los ricos”. Hablo del “vulgo docto”, que administra las reputaciones. Amén de los amigos literarios, quienes conocen la novela de Arconada, son algunos obreros anónimos, que han ido tragándose, royendo, alimentándose de las raíces españolas que se entrelazan en el recio lienzo novelesco. Hay una critica de lotería que siempre toca, de tono periodístico, ligero, afable, que no ha rozado siquiera la medula de la novela. También otra glosa, ya no de mera información y noticia, sino con empaque de ensayo profundo, discernimientos encopetados, eufémicos, de sumarísimas ironías a lo Jarnés o Díez-Canedo, de alusiones y referencias, de “esto nos trae a las mientes”... y de “Aristóteles nos dice a este tenor”... Critica en que los temas se deslizan de uno en otro, y todo queda desvaído.
Cuando se tilda de sectaria a una obra
suele ser porque rompe lo estatuido,
donde todo hombre se siente ya estrecho.
En uno de estos comentarios -de E. Azcoaga-, se ha dicho que “Los pobres contra los ricos” es sectaria. ¿Qué querrá decir esto? ¿Qué significa, sobre todo en su tono peyorativo? ¿Es que el crítico que pega desenfadadamente el marbete reprochador es un ente superior a todas las cosas, por encima del mal y del bien? ¿Es que él, como cada quisque, puede sustraerse a la secta, al partido en su más amplia acepción, a la clase, al régimen, a la historia?...
Cuando se tilda de sectaria a una obra suele ser porque rompe lo estatuido, donde todo hombre se siente ya estrecho. Porque arremete contra lo establecido con miras a un orden nuevo que irrumpe por los puntos de la pluma. Pero ello no significa que quien esté acomodado y bien hallado en el sistema inerte no sea sectario. ¿Qué hace, pues, sino aceptarle y defenderle, por tanto, sintiéndose holgado y contento, asimilando y reflejando su mundo?...
Abunda un error según el cual se interpreta la defensa tácita de un sistema como imparcialidad, y, por el contrario, como sectarismo, la manifiesta incorporación a una trayectoria histórica. De suerte que se oye decir a menudo: No quiero política, sino buen teatro o buen arte. En tal respecto, quien asiste a una representación de los Quintero, o de cualquier otro malhechor escénico, sale complacido de no ver política, como si toda esa humanidad, ese orbe moral, consuetudinario e ideológico no constituyera la proclamación y exaltación más sectaria de una política, que abarca todo el mundo de la historia, la ley, la economía etc. Pero no es esta coyuntura de tales dilucidaciones. Importa otra aclaración concerniente a la adjetivación y encasillamiento de “social” que adquiere, a las veces, carácter de remoquete. Se califica de social una novela que recoge, naturalmente, el hecho social, el fenómeno más considerable de cuantos afectan a la vida de los hombres y de las ideas. Mas se quiere distinguir con ello otra clase de novelas de un presunto apartamiento e independencia del acaecer social, como si cada novela, sea cual fuere, no implicara contenido, extracción y consecuencia sociales, su “ser”, ni más ni menos. “Los pobres contra los ricos” es una novela. Pura y simplemente. Toda una novela y nada menos que una novela. ¿Qué precisa como tal? ¿Lirismo, caracteres, humanidad, tipología, conflictos, pasión, pensamiento, ímpetu y amplitud vitales... ? Todo nos aturdirá en “Los pobres contra los ricos” que es un orbe cerrado, un mundo sistemáticamente novelesco, un orden de arte, un principio y un fin, el fin y el principio que puede tener la vida acotada en sus más agudas, trágicas y significativas manifestaciones.
¡Qué exacto título “Los pobres contra los ricos” ! Buen pregón, grito de extensas resonancias, proclama de esferas cósmicas casi. Realmente, no hay más que pobres
y ricos. No hay ni buenos y malos, ni conservadores y revolucionarios, ni religiosos y ateos, ni negros y blancos. Sólo pobres y ricos. Lo sabemos bien los que hemos mamado jugos y savia de la verdad humana de los campos. En las sociedades primarias de los pueblos se sabe bien. La diferencia es trágicamente irremisible. En las ciudades modernas el dinero se mueve y el ritmo de vida da, a veces, una apariencia niveladora. En las aldeas los niños de Tena lo aprenden para toda la vida, y la riqueza y la pobreza siguen siendo referencia primordial. Arconada lo ha revelado magistralmente en el área novelesca.
Algún crítico ha encontrado “feo”
el profundo título de Arconada.
Añoraba seguramente los rótulos
metafóricos o de arcanas trasposiciones
Algún crítico ha encontrado “feo” el profundo título de Arconada. Añoraba seguramente los rótulos metafóricos o de arcanas trasposiciones. Otro crítico dice: “Su pauta la forman los días del cambio de régimen en un pueblecillo cualquiera, con botica, ayuntamiento, soleada plaza mayor... Pero es igual. Lo mismo podía haber elegido, cualquier otro hondo motivo. Porque aquí la novela es un pretexto para decir todas las cosas que el autor lleva dentro... Y siendo así, ¿cómo va a ser un pretexto el núcleo de la novela, lo que es en sí, su “hondo motivo?” Fijémonos: motivo hondo, sin el cual no existiría Arconada como tal novelista que nos ocupa; hondo motivo que es toda su razón de ser, ser y razón fundamentales. Si una época literarias se caracteriza por su unidad de temas, por su espíritu armónico de época, por su sistema global de conceptos, por su homogénea voluntad e impulsos creadores, no puede ser lo de menos el asunto en sí. ¿Es posible un asunto sin que su elección resalte la dirección vital del escritor? Hemos de entender, claro, por asunto, no la sucesión de hechos vacíos, sucia espuma; no “lo que pasa”, sino el nervio y hueso de la obra, su armazón interna y sustancia, su honda causalidad y motivación...
El arte posee –ya se sabe- pocos grandes asuntos. La novela, menos. Podría decirse, verbigracia: que el asunto de la novela es el hombre, la vida. Y dentro de ella cabe todo. Pero si vamos parcelando, reduciendo el enfoque, hallamos que una frase del personaje, una sensación, un atisbo, un destello, son tan asunto como el esquema de acontecimientos, anecdótico, de peripecias.
“Los hechos son como sacos. Si están vacíos no se tiene en pie”, dice Pirandello. El asunto, naturalmente, no son los sacos, sino el relleno. O sea, partículas vitales que le confieren valor permanente como en “Los pobres contra los ricos”.
Si Arconada escribe “La turbina” o “Reparto de tierras” no es porque el asunto se le haya deparado ahí en cualquier esquina.
Toda en la vida y en la novela es el asunto del escritor, el que lleva cada escritor dentro, su temperamento, su personalidad, el mundo y el material de cada escritor. Por que todo es asunto y el asunto es el hombre.
Arconada principia sus capítulos con morosa, gustosa delectación de escritor y descriptor. No llama guarro al sargento, pero el lector siente la náusea. En esto es de un realismo implacable que se enraíza con nuestra más pujante tradición literaria. Sigue las andanzas del palillo del sargento, quien no precisa de más para quedar definitivamente retratado. Acaso parezca excesivo regodeo en la inmundicia; es acierto de tono. Ritmo de prosa lento, a compás con las horas desmesuradas del reloj del cuartel. E inmersión de gran pintor naturalista e impresionista, al par, en la atmósfera viscosa que respira el sargento. Todo el detalle triste, lo que nos liga a la materia diaria de que nos servimos, se transplanta por Arconada. Las de pan, las manchas de grasa, los más humildes enseres caseros, los instrumentos en que fatalmente se apoya la vida del hombre, descuellan en la narración subrayando su profundo sentido de eternos compañeros del hombre... Es particular el gusto de Arconada por la descripción de los lugares como pajares, doblados, paneras, en consonancia, claro, con la humanidad que puebla su novela. ¡Cómo canta sin embargo en contraste; mejor dicho, como complemento de un novelista que persigue e incorpora un aire de cabal curso, las auroras, los días primaverales, los corazones adolescentes, la risa del pobre... ¡
Ser revolucionario, como Arconada,
es manera de ser romántico y místico.
Ama y odia, y hace amar y odiar.
Probablemente Arconada comienza sus capítulos hablando de los pájaros, de la luz de la pantalla, de los gatos. Es una divagador, cronista, ensayista. O habla de los caminos largos, de los árboles, de los sueños de las Cenicientas, de las “rectas chimeneas, válvulas por donde escapa la pesadez sentimental de los hogares”. Es un poeta. O de la injusticia social, de la política, de la historia. Es un pensador. Y todo lo trata siempre en su nexo con el hombre. Y siempre –comentador, pensador, poeta- es un revolucionario. Qué fácil es ser revolucionario. ¿El joven es entrometido, audaz, pedante? Bien, se hace revolucionario. ¿El no tiene más quehacer que asistir al Ateneo y leer los periódicos? Se compra una corbata roja y se hace revolucionario. ¿No siente la pesadumbre de su destino, una ética, la consciencia de una responsabilidad y una doctrina? Se hace revolucionario. Pero, ¡qué difícil es ser revolucionario! Ser sencillamente revolucionario, sin pedantería, sin desdén, por naturaleza como si dijéramos, sin esfuerzo, sin estridencia. En cada capítulo, en cada palabra, ser revolucionario hondamente, íntegramente...
No sólo las partes del libro, sino los párrafos y aún las frases las construye Arconada reduciéndolos a unidad y sistema. En esto se aprecia que sabe de música: en la armonía. Compone piezas armónicas. Y emplea también el ritornelo musical, poético, dramático. El motivo se intercala, une principio y fin. Esto es de poeta. Se repite el pensamiento central en cuyo derredor giran las estrofas, los cantos de la prosa de Arconada. Una prosa poemática, transida de lirismo, con cadencia interna medida como un romance, exaltada y recia como un romance...
Todo lo construye Arconada
reduciéndolo a unidad y sistema.
En esto se aprecia que sabe
de música: en la armonía
También es de poeta la pintura del ambiente y del mundo total que se respira. La creación del poeta abarca un completo orbe novelesco. Hay novelistas psicólogos que atienden al curso de la peripecia interior. Y hay novelistas poetas que en el contar integran un sentido cósmico preciso a la novela. La potencia lírica de Arconada está siempre presente en “Los pobres contra los ricos”. La naturaleza, el paisaje enmarcan justamente la vida de los hombres.
Arconada aprovecha con mesura ejemplar los adelantos estilísticos, formales. Abunda en imágenes tan insólitas como exactas: “Gritaban los chicos como becerros antes de salir al campo”. “Años hermosos como un prado”. “Las calles estaban blancas como si por la noche hubiera pasado el carro del molino con los costales rotos”. “La murmuración es siempre redonda como una camilla de brasero. Todos gustan de sentarse alrededor”. “Un alba suave, salida de los regazos de cristal de esos arroyos donde nunca muere la luz, asomaba su pechuga de cisne”.
En cuanto a afinidades literarias, Arconada se nos muestra de difícil entronque. Tres sombras lejanas de influencias y próximas de contemporaneidad se proyectan acaso: Baroja, Azorín, Cansinos-Assen. Bien entendido que él mismo declara: “Me creo próximo a esos nuevos escritores que hay en todo el mundo que, frente al intelectualismo especulativo e inútil, ponen su inteligencia en las nobles causas de la humanidad. Frente a la torre de marfil, la calle. Frente a lo libresco, lo humano. Nadie debe vivir en las nubes y mucho menos el escritor que tiene una misión colectiva y educadora”.
En cuanto a afinidades literarias,
Arconada se muestra de difícil entronque.
Acaso tres sombras lejanas de influencias
y próximas de contemporaneidad:
Baroja, Azorín, Cansinos-Assens.
Acomete las escenas con el brío y la violencia de Baroja; únicamente esto, y que Baroja es, en la novelística actual, antecedente de lo que sea acritud y desgarro. Pero Baroja es deshilachado, caótico. El suyo es un arte de desfile, de pasaje, de esquina con vientos. Una tolvanera de tipos. Mientras que Arconada no abandona sus personajes, no los hace aparecer y desaparecer, sino que los sigue y recoge su último aliento. Remata la concepción novelesca que es un círculo y no una línea sin fin.
Mentamos a Azorín como semejante a Arconada en lentitud descriptiva y amor a las cosas. Empero, no liga nada al escritor convulso y tormentoso –con claridad clásica- al otro frío y pequeño filósofo. Arconada podría decir “hermana cosa” franciscanamente, como gran amador que es. Quizá el espíritu franciscano sea compatible con el marxismo. Pero esto es resbaladizo...
Arconada no segrega humor como los escritores catalogados y aferrados a la forzosa pirueta, paradoja o caricatura. Es humorista cuando sobriamente lo exige el tema, cuando surge del propio tipo que ironiza. Sus invectivas son tan certeras como feroces. Adecuado ’sarcasmo cuando dice: “Hacen abriguitos de punto para los niños pobres. Piadosos corazones de señoras cristianas”.
No podría omitirse alguna consideración sobre el genuino léxico de Arconada. No solo su manera de relacionar elementos literarios, sino el desnudo vocablo, su valoración de novelista. Escoge las palabras más plásticas. Todos los giros, refranes, expresiones típicas rurales de Extremadura y Castilla suenan en su prosa. Sonoridad rotunda, sabrosa, de palabra añeja. Es un lenguaje expresivo, clásico y moderno, siempre vivo y profundo, con sabor castizo a gañanía, a labranza, a era, con olor a mies y a pan caliente. Argot moderno también de esquina madrileña.
Hay novelas que necesitan terminar porque se ha cerrado el ciclo novelesco. Hay noveles que pueden continuar. “Los pobres contra los ricos” ha de acabar forzosamente agotada la significación exacta y suficiente. Pero puede recomenzar cualquier día como la vida misma, como la misma revolución. Es tan finita como el hombre y su lucha, y tan eterna como el hombre y su lucha. Aquí estriba su mérito. Si hay una épica moderna es la de Arconada, y si hay una epopeya moderna es la de “Reparto de tierras”. Los homeros glorificadores de gestas se encarnan ahora en los defensores de lo pobre. No hay otra gesta que la diaria, menuda e ingente del pobre contra el rico.
Excelsa propaganda de los pobres. Los clásicos del XVII hacían propaganda de la monarquía y la religión, y “Fuente Ovejuna”, por ejemplo, drama social revolucionario, termina sometiéndose al fallo de rey, porque el rey representaba entonces la satisfacción de los anhelos justicieros del pueblo. O sea, no hemos sido nunca literariamente clásicos, fríos y equilibrados, sino románticos. Ser revolucionario, como Arconada, es otra manera de ser romántico y místico. Ama y odia, y hace amar y odiar. Y no importa que topemos con el materialismo histórico.
“Los pobres contra los ricos” resalta las sarcásticas contradicciones de los tiempos. La República española –historia de las monsergas políticas- es elocuentísima en tales contrasentidos y mudanzas. En cierta clase de política, la menos conforme a la condición del hombre, el tópico arraiga como el terreno propio. Nada supera en efecto cómico a la lectura de un periódico panegirista del rey con motivo de su cumpleaños, por ejemplo. En este aspecto, monarquía y república son valores equivalentes.
La última escamoteó por arte de birlibirloque una revolución, etc. Sin más divagaciones nos importa apuntar que el curso del “cambiazo” dado al pueblo –lleno de martingalas y engañifas políticas, que serían graciosas si no fuera trágicas- forman la clara y tirante urdimbre de “Los pobres contra los ricos”, que tendrá durante muchos años vigencia de estallante verdad.
Quisiéramos en un rasgo presentar la humanidad de Arconada, su censo novelesco. Pero lo que precisa de 286 páginas no cabe aquí. Amancia, Fidel Arroyo, el sar
gento, su mujer, Cristina; la hija, el guardia Oliveros, Lillo, López, don Nazario, tipo de cristiano que reza a Dios mientras de verdad se encomienda a los fusiles de la guardia civil; Don Policarpo, el boticario (sátira de la vieja literatura; vieja por vacía, inconsistente y caduca, porque lo viejo no define biológicamente, éticamente); Guillermito, mariconcito al servicio de los jesuitas; Pili y el tío Ayuca como una isla, y sus hijos que van sintiendo en su carne, a balazos, la mentira de la democracia republicana y la necesidad de salir a una verdad inmediata y firme sin posible retroceso.
El final es tenso y abarca el redondel de la tierra. Ya el autor había dicho : “La muerte es triste; pero los geranios crecen sobre las panzas, y la juventud mantiene ilusiones. ¡A vivir!” Rotundo punto final de la muerte. Final y recomienzo. Se ha cerrado un ciclo siempre en principio. Murieron. Siempre mueren los hombres. A los muertos se les tapa con cemento de olvido. Son, sin embargo, muertes fecundas. No hay que olvidar a los muertos, lo que más fácilmente se olvida...
(*)El escritor Eusebio García Luengo
fue amigo de Arconada
Valencia: Nueva Cultura 6, agosto/septiembre, 1935
(Las cursivas y negritas las hemos puesto nosotros)
Por Eusebio García Luengo*
La gente no se ha enterado de que se ha escrito “Los pobres contra los ricos”. Hablo del “vulgo docto”, que administra las reputaciones. Amén de los amigos literarios, quienes conocen la novela de Arconada, son algunos obreros anónimos, que han ido tragándose, royendo, alimentándose de las raíces españolas que se entrelazan en el recio lienzo novelesco. Hay una critica de lotería que siempre toca, de tono periodístico, ligero, afable, que no ha rozado siquiera la medula de la novela. También otra glosa, ya no de mera información y noticia, sino con empaque de ensayo profundo, discernimientos encopetados, eufémicos, de sumarísimas ironías a lo Jarnés o Díez-Canedo, de alusiones y referencias, de “esto nos trae a las mientes”... y de “Aristóteles nos dice a este tenor”... Critica en que los temas se deslizan de uno en otro, y todo queda desvaído.
Cuando se tilda de sectaria a una obra
suele ser porque rompe lo estatuido,
donde todo hombre se siente ya estrecho.
En uno de estos comentarios -de E. Azcoaga-, se ha dicho que “Los pobres contra los ricos” es sectaria. ¿Qué querrá decir esto? ¿Qué significa, sobre todo en su tono peyorativo? ¿Es que el crítico que pega desenfadadamente el marbete reprochador es un ente superior a todas las cosas, por encima del mal y del bien? ¿Es que él, como cada quisque, puede sustraerse a la secta, al partido en su más amplia acepción, a la clase, al régimen, a la historia?...
Cuando se tilda de sectaria a una obra suele ser porque rompe lo estatuido, donde todo hombre se siente ya estrecho. Porque arremete contra lo establecido con miras a un orden nuevo que irrumpe por los puntos de la pluma. Pero ello no significa que quien esté acomodado y bien hallado en el sistema inerte no sea sectario. ¿Qué hace, pues, sino aceptarle y defenderle, por tanto, sintiéndose holgado y contento, asimilando y reflejando su mundo?...
Abunda un error según el cual se interpreta la defensa tácita de un sistema como imparcialidad, y, por el contrario, como sectarismo, la manifiesta incorporación a una trayectoria histórica. De suerte que se oye decir a menudo: No quiero política, sino buen teatro o buen arte. En tal respecto, quien asiste a una representación de los Quintero, o de cualquier otro malhechor escénico, sale complacido de no ver política, como si toda esa humanidad, ese orbe moral, consuetudinario e ideológico no constituyera la proclamación y exaltación más sectaria de una política, que abarca todo el mundo de la historia, la ley, la economía etc. Pero no es esta coyuntura de tales dilucidaciones. Importa otra aclaración concerniente a la adjetivación y encasillamiento de “social” que adquiere, a las veces, carácter de remoquete. Se califica de social una novela que recoge, naturalmente, el hecho social, el fenómeno más considerable de cuantos afectan a la vida de los hombres y de las ideas. Mas se quiere distinguir con ello otra clase de novelas de un presunto apartamiento e independencia del acaecer social, como si cada novela, sea cual fuere, no implicara contenido, extracción y consecuencia sociales, su “ser”, ni más ni menos. “Los pobres contra los ricos” es una novela. Pura y simplemente. Toda una novela y nada menos que una novela. ¿Qué precisa como tal? ¿Lirismo, caracteres, humanidad, tipología, conflictos, pasión, pensamiento, ímpetu y amplitud vitales... ? Todo nos aturdirá en “Los pobres contra los ricos” que es un orbe cerrado, un mundo sistemáticamente novelesco, un orden de arte, un principio y un fin, el fin y el principio que puede tener la vida acotada en sus más agudas, trágicas y significativas manifestaciones.
¡Qué exacto título “Los pobres contra los ricos” ! Buen pregón, grito de extensas resonancias, proclama de esferas cósmicas casi. Realmente, no hay más que pobres
y ricos. No hay ni buenos y malos, ni conservadores y revolucionarios, ni religiosos y ateos, ni negros y blancos. Sólo pobres y ricos. Lo sabemos bien los que hemos mamado jugos y savia de la verdad humana de los campos. En las sociedades primarias de los pueblos se sabe bien. La diferencia es trágicamente irremisible. En las ciudades modernas el dinero se mueve y el ritmo de vida da, a veces, una apariencia niveladora. En las aldeas los niños de Tena lo aprenden para toda la vida, y la riqueza y la pobreza siguen siendo referencia primordial. Arconada lo ha revelado magistralmente en el área novelesca.
Algún crítico ha encontrado “feo”
el profundo título de Arconada.
Añoraba seguramente los rótulos
metafóricos o de arcanas trasposiciones
Algún crítico ha encontrado “feo” el profundo título de Arconada. Añoraba seguramente los rótulos metafóricos o de arcanas trasposiciones. Otro crítico dice: “Su pauta la forman los días del cambio de régimen en un pueblecillo cualquiera, con botica, ayuntamiento, soleada plaza mayor... Pero es igual. Lo mismo podía haber elegido, cualquier otro hondo motivo. Porque aquí la novela es un pretexto para decir todas las cosas que el autor lleva dentro... Y siendo así, ¿cómo va a ser un pretexto el núcleo de la novela, lo que es en sí, su “hondo motivo?” Fijémonos: motivo hondo, sin el cual no existiría Arconada como tal novelista que nos ocupa; hondo motivo que es toda su razón de ser, ser y razón fundamentales. Si una época literarias se caracteriza por su unidad de temas, por su espíritu armónico de época, por su sistema global de conceptos, por su homogénea voluntad e impulsos creadores, no puede ser lo de menos el asunto en sí. ¿Es posible un asunto sin que su elección resalte la dirección vital del escritor? Hemos de entender, claro, por asunto, no la sucesión de hechos vacíos, sucia espuma; no “lo que pasa”, sino el nervio y hueso de la obra, su armazón interna y sustancia, su honda causalidad y motivación...
El arte posee –ya se sabe- pocos grandes asuntos. La novela, menos. Podría decirse, verbigracia: que el asunto de la novela es el hombre, la vida. Y dentro de ella cabe todo. Pero si vamos parcelando, reduciendo el enfoque, hallamos que una frase del personaje, una sensación, un atisbo, un destello, son tan asunto como el esquema de acontecimientos, anecdótico, de peripecias.
“Los hechos son como sacos. Si están vacíos no se tiene en pie”, dice Pirandello. El asunto, naturalmente, no son los sacos, sino el relleno. O sea, partículas vitales que le confieren valor permanente como en “Los pobres contra los ricos”.
Si Arconada escribe “La turbina” o “Reparto de tierras” no es porque el asunto se le haya deparado ahí en cualquier esquina.
Toda en la vida y en la novela es el asunto del escritor, el que lleva cada escritor dentro, su temperamento, su personalidad, el mundo y el material de cada escritor. Por que todo es asunto y el asunto es el hombre.
Arconada principia sus capítulos con morosa, gustosa delectación de escritor y descriptor. No llama guarro al sargento, pero el lector siente la náusea. En esto es de un realismo implacable que se enraíza con nuestra más pujante tradición literaria. Sigue las andanzas del palillo del sargento, quien no precisa de más para quedar definitivamente retratado. Acaso parezca excesivo regodeo en la inmundicia; es acierto de tono. Ritmo de prosa lento, a compás con las horas desmesuradas del reloj del cuartel. E inmersión de gran pintor naturalista e impresionista, al par, en la atmósfera viscosa que respira el sargento. Todo el detalle triste, lo que nos liga a la materia diaria de que nos servimos, se transplanta por Arconada. Las de pan, las manchas de grasa, los más humildes enseres caseros, los instrumentos en que fatalmente se apoya la vida del hombre, descuellan en la narración subrayando su profundo sentido de eternos compañeros del hombre... Es particular el gusto de Arconada por la descripción de los lugares como pajares, doblados, paneras, en consonancia, claro, con la humanidad que puebla su novela. ¡Cómo canta sin embargo en contraste; mejor dicho, como complemento de un novelista que persigue e incorpora un aire de cabal curso, las auroras, los días primaverales, los corazones adolescentes, la risa del pobre... ¡
Ser revolucionario, como Arconada,
es manera de ser romántico y místico.
Ama y odia, y hace amar y odiar.
Probablemente Arconada comienza sus capítulos hablando de los pájaros, de la luz de la pantalla, de los gatos. Es una divagador, cronista, ensayista. O habla de los caminos largos, de los árboles, de los sueños de las Cenicientas, de las “rectas chimeneas, válvulas por donde escapa la pesadez sentimental de los hogares”. Es un poeta. O de la injusticia social, de la política, de la historia. Es un pensador. Y todo lo trata siempre en su nexo con el hombre. Y siempre –comentador, pensador, poeta- es un revolucionario. Qué fácil es ser revolucionario. ¿El joven es entrometido, audaz, pedante? Bien, se hace revolucionario. ¿El no tiene más quehacer que asistir al Ateneo y leer los periódicos? Se compra una corbata roja y se hace revolucionario. ¿No siente la pesadumbre de su destino, una ética, la consciencia de una responsabilidad y una doctrina? Se hace revolucionario. Pero, ¡qué difícil es ser revolucionario! Ser sencillamente revolucionario, sin pedantería, sin desdén, por naturaleza como si dijéramos, sin esfuerzo, sin estridencia. En cada capítulo, en cada palabra, ser revolucionario hondamente, íntegramente...
No sólo las partes del libro, sino los párrafos y aún las frases las construye Arconada reduciéndolos a unidad y sistema. En esto se aprecia que sabe de música: en la armonía. Compone piezas armónicas. Y emplea también el ritornelo musical, poético, dramático. El motivo se intercala, une principio y fin. Esto es de poeta. Se repite el pensamiento central en cuyo derredor giran las estrofas, los cantos de la prosa de Arconada. Una prosa poemática, transida de lirismo, con cadencia interna medida como un romance, exaltada y recia como un romance...
Todo lo construye Arconada
reduciéndolo a unidad y sistema.
En esto se aprecia que sabe
de música: en la armonía
También es de poeta la pintura del ambiente y del mundo total que se respira. La creación del poeta abarca un completo orbe novelesco. Hay novelistas psicólogos que atienden al curso de la peripecia interior. Y hay novelistas poetas que en el contar integran un sentido cósmico preciso a la novela. La potencia lírica de Arconada está siempre presente en “Los pobres contra los ricos”. La naturaleza, el paisaje enmarcan justamente la vida de los hombres.
Arconada aprovecha con mesura ejemplar los adelantos estilísticos, formales. Abunda en imágenes tan insólitas como exactas: “Gritaban los chicos como becerros antes de salir al campo”. “Años hermosos como un prado”. “Las calles estaban blancas como si por la noche hubiera pasado el carro del molino con los costales rotos”. “La murmuración es siempre redonda como una camilla de brasero. Todos gustan de sentarse alrededor”. “Un alba suave, salida de los regazos de cristal de esos arroyos donde nunca muere la luz, asomaba su pechuga de cisne”.
En cuanto a afinidades literarias, Arconada se nos muestra de difícil entronque. Tres sombras lejanas de influencias y próximas de contemporaneidad se proyectan acaso: Baroja, Azorín, Cansinos-Assen. Bien entendido que él mismo declara: “Me creo próximo a esos nuevos escritores que hay en todo el mundo que, frente al intelectualismo especulativo e inútil, ponen su inteligencia en las nobles causas de la humanidad. Frente a la torre de marfil, la calle. Frente a lo libresco, lo humano. Nadie debe vivir en las nubes y mucho menos el escritor que tiene una misión colectiva y educadora”.
En cuanto a afinidades literarias,
Arconada se muestra de difícil entronque.
Acaso tres sombras lejanas de influencias
y próximas de contemporaneidad:
Baroja, Azorín, Cansinos-Assens.
Acomete las escenas con el brío y la violencia de Baroja; únicamente esto, y que Baroja es, en la novelística actual, antecedente de lo que sea acritud y desgarro. Pero Baroja es deshilachado, caótico. El suyo es un arte de desfile, de pasaje, de esquina con vientos. Una tolvanera de tipos. Mientras que Arconada no abandona sus personajes, no los hace aparecer y desaparecer, sino que los sigue y recoge su último aliento. Remata la concepción novelesca que es un círculo y no una línea sin fin.
Mentamos a Azorín como semejante a Arconada en lentitud descriptiva y amor a las cosas. Empero, no liga nada al escritor convulso y tormentoso –con claridad clásica- al otro frío y pequeño filósofo. Arconada podría decir “hermana cosa” franciscanamente, como gran amador que es. Quizá el espíritu franciscano sea compatible con el marxismo. Pero esto es resbaladizo...
Arconada no segrega humor como los escritores catalogados y aferrados a la forzosa pirueta, paradoja o caricatura. Es humorista cuando sobriamente lo exige el tema, cuando surge del propio tipo que ironiza. Sus invectivas son tan certeras como feroces. Adecuado ’sarcasmo cuando dice: “Hacen abriguitos de punto para los niños pobres. Piadosos corazones de señoras cristianas”.
No podría omitirse alguna consideración sobre el genuino léxico de Arconada. No solo su manera de relacionar elementos literarios, sino el desnudo vocablo, su valoración de novelista. Escoge las palabras más plásticas. Todos los giros, refranes, expresiones típicas rurales de Extremadura y Castilla suenan en su prosa. Sonoridad rotunda, sabrosa, de palabra añeja. Es un lenguaje expresivo, clásico y moderno, siempre vivo y profundo, con sabor castizo a gañanía, a labranza, a era, con olor a mies y a pan caliente. Argot moderno también de esquina madrileña.
Hay novelas que necesitan terminar porque se ha cerrado el ciclo novelesco. Hay noveles que pueden continuar. “Los pobres contra los ricos” ha de acabar forzosamente agotada la significación exacta y suficiente. Pero puede recomenzar cualquier día como la vida misma, como la misma revolución. Es tan finita como el hombre y su lucha, y tan eterna como el hombre y su lucha. Aquí estriba su mérito. Si hay una épica moderna es la de Arconada, y si hay una epopeya moderna es la de “Reparto de tierras”. Los homeros glorificadores de gestas se encarnan ahora en los defensores de lo pobre. No hay otra gesta que la diaria, menuda e ingente del pobre contra el rico.
Excelsa propaganda de los pobres. Los clásicos del XVII hacían propaganda de la monarquía y la religión, y “Fuente Ovejuna”, por ejemplo, drama social revolucionario, termina sometiéndose al fallo de rey, porque el rey representaba entonces la satisfacción de los anhelos justicieros del pueblo. O sea, no hemos sido nunca literariamente clásicos, fríos y equilibrados, sino románticos. Ser revolucionario, como Arconada, es otra manera de ser romántico y místico. Ama y odia, y hace amar y odiar. Y no importa que topemos con el materialismo histórico.
“Los pobres contra los ricos” resalta las sarcásticas contradicciones de los tiempos. La República española –historia de las monsergas políticas- es elocuentísima en tales contrasentidos y mudanzas. En cierta clase de política, la menos conforme a la condición del hombre, el tópico arraiga como el terreno propio. Nada supera en efecto cómico a la lectura de un periódico panegirista del rey con motivo de su cumpleaños, por ejemplo. En este aspecto, monarquía y república son valores equivalentes.
La última escamoteó por arte de birlibirloque una revolución, etc. Sin más divagaciones nos importa apuntar que el curso del “cambiazo” dado al pueblo –lleno de martingalas y engañifas políticas, que serían graciosas si no fuera trágicas- forman la clara y tirante urdimbre de “Los pobres contra los ricos”, que tendrá durante muchos años vigencia de estallante verdad.
Quisiéramos en un rasgo presentar la humanidad de Arconada, su censo novelesco. Pero lo que precisa de 286 páginas no cabe aquí. Amancia, Fidel Arroyo, el sar
gento, su mujer, Cristina; la hija, el guardia Oliveros, Lillo, López, don Nazario, tipo de cristiano que reza a Dios mientras de verdad se encomienda a los fusiles de la guardia civil; Don Policarpo, el boticario (sátira de la vieja literatura; vieja por vacía, inconsistente y caduca, porque lo viejo no define biológicamente, éticamente); Guillermito, mariconcito al servicio de los jesuitas; Pili y el tío Ayuca como una isla, y sus hijos que van sintiendo en su carne, a balazos, la mentira de la democracia republicana y la necesidad de salir a una verdad inmediata y firme sin posible retroceso.
El final es tenso y abarca el redondel de la tierra. Ya el autor había dicho : “La muerte es triste; pero los geranios crecen sobre las panzas, y la juventud mantiene ilusiones. ¡A vivir!” Rotundo punto final de la muerte. Final y recomienzo. Se ha cerrado un ciclo siempre en principio. Murieron. Siempre mueren los hombres. A los muertos se les tapa con cemento de olvido. Son, sin embargo, muertes fecundas. No hay que olvidar a los muertos, lo que más fácilmente se olvida...
(*)El escritor Eusebio García Luengo
fue amigo de Arconada
Valencia: Nueva Cultura 6, agosto/septiembre, 1935
(Las cursivas y negritas las hemos puesto nosotros)
NO HEMOS GUARDADO LAS CURSIVAS NI LAS NIGRITAS SOLO HEMOS MANTENIDO LOS SUMARIOS
TOMADO DE 'CAMINAR COMNOCIENDO' Nº 9 PAGINAS 19, 20, 21 y 22
1 comentario:
Hola!! Muy interesante el artículo. Estoy escribiendo sobre Arconada y me gustaría consultar completo el nº 9 de la revista "Caminar conociendo". ¿Podrías darme alguna indicación?
Gracias!!
Publicar un comentario